_
_
_
_
_
NECROLÓGICAS

Jack Dempsey, campeón de boxeo

Jack Dempsey cuyo verdadero nombre era William Harrison Dempsey, falleció el pasado martes en su domicilio de Nueva York a los 87 años de edad. Al Martillador de Manassa se le ha caído el martillo.En el boxeo, como en la historia, el tiempo no se mide en años, sino en épocas, y cada época ha tenido el nombre de su paladín. De este modo, y al cabo del tiempo, el llamado noble arte ha sido una larga lista de hombres y una pequeña suma de nombres. Ha sido Sullivan, Corbett, Johnson, Dempsey, Tunney, Louis, Marciano y Clay.

Paralelamente a su historia, el boxeo creó una figura laboral con una vaga resonancia democrática; la del hombre de transición. Y fue así porque, antes de su definitiva crisis de ahora, ha atravesado varias otras crisis temporales, casi siempre en coincidencia con el fin de algún campeón excepcional. Como siempre, Dempsey llegó cuando ocupaba el trono un hombre de transición, un vaquero de dos metros y 100 kilos llamado "Jess Willard; "Jess Willard, señor".

Willard era el principio del mito del hombre elefante. En aquel momento aún no se había encontrado una relación cabal entre el tamaño y el punch. Los promotores, que habían agotado ya la imagen del bucanero en Sullivan, la del gentilhombre en Corbett, la del hombre araña en Fitzsimmonds y la del negro rebelde en Johnson, se acordaron de los paquidermos cuando vieron un día a un enorme cow-boy.

-¿Cómo te llamas, chico?-Jess Willard, señor.

A Johnson, el campeón, no era posible derribarlo a trompazos, por eso tuvieron que dispararle con el talonario. Todo el mundo sabe ya que en La Habana no per dió por KO, simplemente se tumbó al sol.

En esa coyuntura apareció, por la magia de las mutaciones, un bull-dog vestido de boxeador. No medía más allá de 1,80 metros, ni pesaba más de 85 kilos. Pero tenía los belfos apretados, las sienes estrechas, el colmillo retorcido, un brillo de perro rabioso en los ojos, un cogote plano como una lápida y la acometividad seca y agrupada de las jaurías. Planteó el combate contra Willard como se planearía la demolición de un gran edificio, sólo que al revés; él empezó por abajo. Pasados algunos asaltos, el ex campeón era un montón de escombros, una pura ruina, y había llegado la hora Dempsey y la época de los acorazados de bolsillo.

Muchos años después, en su novela Más dura será la caída, que era una evocación de los hombres elefante, Budd Schulberg recordaría también la figura estricta y el espíritu depredador del viejo perro pachón.

-Ciento ochenta y cinco libras es todo lo que se necesita para dejar fuera de combate a cualquier hombre -dijo Danny, el preparador.

Porque Dempsey había sido fiel a su propia época. Asumió el apodo (The Manassa Mauler) que le pusieron los críticos, y un día, terminado su ciclo, moderada su furia, perdió ante el que tenía que ser su sucesor. Esta vez se trataba de Gene Tunney, el científico. Todos recuerdan el famoso combate de la cuenta larga. Como era de esperar, el bull-dog cayó mordiendo.Ahora, muchísimos años después, cuando ya es demasiado tarde, Jack habrá descubierto que todo era una trampa. Todos mentían.

Ha podido comprobar que para poner fuera de combate a cualquier hombre no hacen falta 80 kilos.

Son suficientes un desengaño y un infarto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_