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El don de lenguas

Lluís Bassets

El escritor catalán Joan Perucho, que se confiesa bilingüe, ha soñado un país maravilloso en su libro de poemas Quadern d'Albinyana. Con breves pinceladas explica como le gustaría que fuera su paisaje, su religión, su gente. En esta utopía onírica ha dibujado una situación lingüística que merece una traslación a los problemas de la convivencia de cada día. Intento traducir: "Lengua. Son diversas, y con preciosas y enjoyadas etimologías. Las lenguas, sería necesario usarlas según la conveniencia de cada caso y segun el vestido que llevara cada uno". La lengua, se ha dicho, no es tan sólo un sistema de comunicación entre las gentes. Es también el espejo de donde achicamos el agua de nuestra propia imagen, el cristal irisado que nos ofrece sombras del mundo y de los otros, la herramienta que nos permite conocer y distinguir las cosas a través de sus nombres, el arma con que nos defendemos cuando no queremos utilizar otras armas, pero también el rebozo que nos permite taparnos y coquetear con nuestro pensamiento, el abanico que esconde la sonrisa de la mentira, la mentira misma y la verdad toda. La lengua es, para algunos, como la placenta materna, cuya añoranza nos envuelve hasta la tumba. Para otros es un secreto a voces, que todos pueden aprender e incluso dominar. Para unos, normalmente con tendencia al egotismo monolingüe, es la inc5dula de la propia identidad y por tanto de las naciones. Para otros, gente de frontera, advenedizos, apátridas, judíos, indios, perseguidos de toda especie, y también comerciantes, traficantes, aventureros, viajeros y turistas, las lenguas son territorios espirituales, fluctuantes como los ectoplasmas, llevaderos y transportables como el cepillo de dientes, penetrables como países sin frontera ni policía ni ejército, la única patria real y auténtica de toda la libertad posible, entera, indivisible e inexpropiable. Para los mismosPasa a la página 12

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unos del principio, la lengua es también la manifestación creíble de lo inefable, la tímida y oscura expresión de lo que no tiene nombre. Para los mismos otros, la lengua lo puede todo, y porque lo puede todo puede también inventar que no puede nada.

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La lengua se lleva. bien con todo y es poder, pero una estrecha relación con ella convierte el universo en un cristal inempañable. Aunque es egoísta, y gusta de ser mecida por Estados e imperios, de sentirse arrullada por el paso glorioso de huestes victoriosas, de gustar la penetración en la carne coloreada de razas desconocidas, de sentirse poseída por pueblos sometidos, en el fondo sabe que, algún día, se dolerá de todo ello. La lengua -todas las lenguas- es lo único que queda cuando no queda nada, y es por tanto el genuino instrumento de paz. Siempre en algún final de alguna época alguna lengua puede devolvernos algún nombre, algún sentido de las cosas, el gusto de hablar y de entenderse en paz.

Por eso parece absurda la querella -lingüística. Y más absurda si cabe cuando se contempla, dentro de España, desde la desproporción entre una lengua a la que miles de personas se incorporan diariamente, que es hablada por pueblos en expansión demográfica, y otras lenguas limitadas a unos pocos millones de hablantes. Las gentes de esta área cultural debieran contemplar el vasco, el gallego o el catalán como tesoros propios, que ennoblecen tanto a sus hablantes como a sus vecinos voluntariosos, que nos alejan de los proyectos arrolladores de naciones monolingües y expansivas y nos Ponen w un tiro de piedra de una convivencia utópica, limpia y primitiva.

La lógica lineal Y cerrada de cada lengua, la ley gramatical, la pureza y la depuración, alientan siempre ensoñamientos totalitarios. Nadie como los alemanes saben lo que puede llegar a hacerse con la lengua como instrumento de un proyecto de dominación de clases y pueblos, y de exterminio de los adversarios. Cayeron los nombres de lugar de todos los países eslavos, surgieron un léxico y unas expresiones en las que tremolaba el ansia de aniquilación, y finalmente el lenguaje público fue casi idéntico al lenguaje de los verdugos y carniceros de hombres. Al término de la guerra, hubo quien consideró a la lengua culpable, quien quiso olvidarla para siempre. Pero quienes demostraron la dignidad profunda de la lengua y de su código más alto y omnicomprensivo -la literatura- fueron muchos de los perseguidos, algunos extranjeros, Elias Canetti, por ejemplo, el judío transterrado, hablador de todas las lenguas.

Un sólo nombre

Los nombres de lugar de la Cataluña, del País Valenciano o del Euskadi autonómicos, ¿tan mal suenan en los oídos arrogantes de quienes se pierden por esas lógicas lineales? ¿Girona, Lleida, Castelló de la Plana, Maó, han de ser tratados y traducidos con la frialdad con que se trasladan los nombres auténticamente extranjeros de las ciudades universales? ¿O no merecen las lenguas españolas una deferencia de trato, en esta situación cambiante y extraña, pero fundamental para la convivencia futura?

En Cataluña, poco a poco, se ha ido abriendo paso la idea de que cada lugar tenga un sólo nombre, que la gente se llame como dice que se llama y no como otros quieren que se llame. Y esa es una reivindicación que no se ciñe a los catalanes. Los vascos, los valencianos, los gallegos... merecen idénticamente ese reconocimiento. Si algún día los ciudadanos de este país de países se decidieran a comprender estas cosas, quizás entonces los nombres más sonoros y apegados a una historia que no es puramente local podrían regresar a la traducción. Nadie se tomaría el tiempo y el esfuerzo de molestarse por este ejercicio de libertad, que permitiría usar las lenguas haciendo juego con el vestido. Nadie quedaría hipnotizado por la serpiente de una lengua usada para moralizar hablantes desviados.

Catalunya en la España moderna, ese título lleno de ambigüedades puramente ortográficas, no es absurda mezcla, sino precisamente imagen de analogías y de diferencias, de posibilidades de encuentro y de distancia. Sólo quienes acogollan en su cabeza proyectos oscuros, en la lengua que sea, están contra estas hibridaciones. La recuperación de las lenguas, de todas las lenguas, es parte de la democratización. La profundización en la protección y la normalización de las lenguas minoritarias -por más antieconómica que pueda parecer- es también parte del proyecto democrático, porque atiende directamente a un derecho elemental. La libertad es como llama y paloma de Pentecostés. Sólo en libertad y para la libertad todas las lenguas se entienden.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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