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FÚTBOL 34ª JORNADA DE LIGA

Suker sofoca el incendio

El Sevilla vivió un calvario tras encajar un gol de Morientes

Suker devolvió la vida a su equipo cuando el partido circulaba por la última curva. Fue un gol celebrado, aunque escaso. El empate que cosechó el Sevilla en el ocaso del duelo ante el Zaragoza fue un postre edulcorado artificialmente. No sirve de mucho a un equipo que pleitea a codazos con los equipos que viven de los sucesos propios y ajenos. Por ejemplo, el gol del croata, sin ir más lejos, sirve para sumar un punto (lo cual no deja de ser un suceso en esta Liga que. tanto premia el triunfo) pero se revalorizó en relación con los males ajenos (por ejemplo, la caída el sábado del Albacete). Pero el verdadero valor del gol vino determinado por. la crueldad propia del fútbol. A esa hora (minuto 78), el Zaragoza había pisado el área de Monchi dos veces, mientras que el Sevilla se había desparramado por las cercanías de Belman en una docena de ocasiones, muchas de ellas de gol.El premio estaba en las redes y, hasta el empate, sólo el Zaragoza dio con ellas. Fue en su primera llegada. El Sevilla había plagado de fórmulas su cuardeno de ruta. Firmó una primera media hora execedente. Antes de que Rambert agarrara el contragolpe del letal 0-1, Suker ya había inventado dos goles.

La reacción sevillista rozó el patetismo. El equipo de Espárrago salió del vestuario con el guión lleno de borrones. La grada empezó a descontar que aquello acabaría en ruina y empezó a fiscalizar cada jugada, cebándose a la hora de los errores. Pero antes de cumplirse una hora de partido, el técnico tuvo una revelación. Echó mano de dos chavales, Jordi (rústico y espigado) y Santaella (una joya). El gol llegó poco después. Jordi se elevó al alimón con Belman y le ganó la posición. El portero salió despeñado del encontronazo. A Suker le llegó en regalo en buenas condiciones. El Zaragoza desapareció del campo después de que Suker usara la manguera para sofocar aquel incendio. El Sevilla, a base de riñones, había comprimido el partido en pocos metros cuadrados, los del área rival. Moya, en el último suspiro, estuvo a punto de sacar fruto, pero Belman lo impidió.

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