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Tribuna
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Los pregoneros

No hace tanto se escuchaban en las calles los pregones informativos que de viva voz, a grito herido, daban cuenta de aquello que convenía que supiéramos todos. El mensaje, que ahora nos llega por la tele, no siempre concierne o interesa. En otro tiempo, la noticia cruzaba de acera para proclamarse en los patios y retorcerse en el velador de los cafés. Los ecos del pregonero puntualizan una oferta específica, origen del spot publicitario. En este tiempo, de la calle sube el asmático resuello de la circulación, el bramido de las ambulancias, que rasgan la estraza de los demás fragores. El vecino protege su casa de las demás poluciones, con dobles cristales, para tener a raya al polvo, al humo, al mensajero de la fiebre del heno y a la injerencia de todos los ruidos.Se apagaron los pregones y nos quedarnos sin saber lo que nos conviene, munícipes desinformados, con lo que las cosas siguen ocultas y calladas. En la redención de los antiguos oficios no está claro si desaparecen con la función os¡ ya no hay función, porque nadie la ejerce. Misterio.

"¡¡El trapeeerooo!! ¡¡Trapos, papel, botellas, ropa vieja que vendeeer!!", grito madrugador del benemérito individuo, dispuesto a llevarse lo que está de sobra. Era el itinerante hombre del saco, intermediario entre lo que traíamos de nuevo y el desecho que ya no cabe en el desván ni en parte alguna, pues la buhardilla, los altillos y el sobrado se alquilan a los ejecutivos, de ambos sexos,, con precios de garçonnière, años treinta.

Mucho cambió la vida desde que las cosas venían a nosotros hasta la estampida hacia las rebajas, de El Corte Inglés. No se escucha la industriosa oferta, con acento asturiano: "¡El afilador y paragüero, lañador; cuchillas, navajas, tijeras... !", un caminante detrás de una gran rueda que no rueda. Baja la dueña, o la sirvienta, con el manojo de utensilios punzantes, que levantan chispas bajo el esmeril. ¿Dónde ha ido a parar esta artesanía del remiendo? ¿Y el morito de las alfombras, la gitana, con los cortes de traje al hombro, flor de la chamarilería y el menudeo a domicilio?

Tampoco se ven los carros tirados por la mula trotadora, el calé sentado a mujeriegas sobre la vara derecha, con el sombrero de fieltro negro sobre los empavonados bucles. Fueron buscadores de oro manufacturado, ojeadores de antigüedades, disimulando el fino comercio, con un anodino y emblemático artefacto, que solía ser un roñoso depósito de agua caliente, bamboleándose en la caja del ligero carretón: "¡Muebles, trastos viejos que vender!", aunque seleccionaban, con ojo experto, la cómoda isabelina, el abanico pintado, con varilla de carey; la desconchada librería Regency, de palosanto, incluso el polvoriento Maella trascordado.

No todo está perdido. En algunas esquinas se venden puñados de rosas, gritadas a 500 pesetas la docena, una excelente inversión, al plazo fugaz de la dulzura de un pétalo y la fragancia, superviviente, del congelador. 0 el envite espontáneo de la fruta dorada, verde, rojiza, sobre el asfalto oscuro, los grises adoquines, temerosa del guardia municipal. La calle era de todos y para todos. El mielero endulzaba los oídos: "¡De la Alcarria mieeeel!". Antes, los aguadores con el tonelito de Lozoya, para la sed y para cocinar algún guiso que mereciera el ingrediente indispensable, porque tiempo hubo en que el agua fue bendición de varias indulgencias.Ocupaciones amortizadas, vocerío vagabundo, profilaxis de ajuares decrépitos, rastro y batiburrillo. Echamos de menos los pregones que inauguraban el barrio cada mañanita. El gesto premonitorio de abrir las hojas del balcón, para pasar a la pintoresca publicidad en tecnicolores primaverales.

"¡Ca gancho, un rial!", brindaba en Sevilla el padre del torero, perchas que eran un garabato de hierro, donde colgar la bata o la chaquetilla. Cada gancho, un real. Como todo lo útil, es ministerio de modestias: "Mira cómo subo: de pregonero a verdugo". Es el que anuncia, proclama y alaba; el preconor, el pregonero. Permítanme una confidencia: ya estaban inventadas las rebajas, fuera de la mezquina tiranía del marketing. Las llamaban trato, cambalache, chalaneo, regateo.

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