Las crisálidas del frío
Hace miles de años, los fríos y los hielos abundaban en las cumbres y laderas montañosas de la Península Ibérica y mantenían en las zonas de planicie un riguroso clima frío. Como consecuencia la flora y la fauna se adaptaban a esta situación. Al llegar los calores, la única posibilidad de supervivencia de multitud de especies ha sido ascender por las laderas y asentarse a la altitud que le convenía, donde se han desarrollado, alejados de sus hermanos, dando lugar a especies y subespecies nuevas. La mariposa apolo, que en estos días muestra una coloración blanquecina y sus característicos ocelos -falsos ojos en el ala-, es un claro ejemplo de aislamiento. Por encima de los 800 metros descansa en alguna de las cumbres y de las laderas de Sierra Nevada, y para encontrarse más segura utiliza las manchas de las alas en forma de ojos de un mamífero para alejar y asustar a sus posibles enemigos. Cerca, en la Sierra de Filabres, o tan lejos como en el Pirineo, otras mariposas apolo mantienen la frenética carrera de la vida procurando encontrar condiciones favorables para la puesta. Los pequeños huevos eclosionarán dando lugar a una corte de pequeñas orugas que comen de forma insaciable hasta que el milagro de la crisálida nos ofrezca a cambio un bello ser alado.