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LA CRÓNICA Un videoclub indio ISABEL OLESTI

La primera película india que vi en mi vida fue precisamente en Nueva Delhi. Era en una sala enorme abarrotada de gente -incluso sentada en el suelo- y todos comían frutos secos con cáscara, lo cual, unido a los gritos, las risas, las supuestas advertencias cuando el peligro acechaba al protagonista y los aplausos cuando ganaba el bueno, contribuían a un calor ambiental difícilmente superable incluso en un campo de fútbol europeo. No importaba demasiado que la película fuera en hindi: el argumento se podía seguir perfectamente prescindiendo del país de origen e incluso -llevado por el ambiente- se te escapaba un "¡ay!" o un "¡oh!" cuando los malos estaban a punto de lanzar a una pobre niña paralítica por un acantilado. La niña, evidentemente, se salvaba y la pareja protagonista lo celebraba cantando y bailando en alguna playa con palmeras en lo que quería ser una escena de amor. De eso hace ya 20 años, aunque, según me han dicho, los cines y las películas, en la India, continúan más o menos igual. Y si no, sólo falta acercarse a algún restaurante indio o paquistaní donde tengan un vídeo. Que la India es el primer país productor y consumidor de películas lo saben todos los del mundillo cinematográfico o, apurando, el simple jugador de Trivial, que la primera vez cae en la trampa y afirma, convencido, que Estados Unidos se lleva la palma. Yo pensaba que los vídeos de esos restaurantes llegaban directamente del país de origen previa demanda del jefe del negocio. Pero me equivocaba. Y lo descubrí el otro día paseando por la calle de Sant Pau de Barcelona, que estaba de fiesta mayor y tenía ese ambiente verbenero de barrio, con farolitos y guirnaldas de papel, payasos subidos a largos zancos tocando las narices de los peatones, músicos callejeros y señoras dedicadas a los bolillos. Al fin, la curiosidad me hizo detener al lado del hotel España: un escaparate literalmente forrado de carteles de películas que me transportaron enseguida a aquella sesión de cine de Nueva Delhi. Sin poder resistir la tentación, entré inmediatamente. Detrás del mostrador había dos jóvenes que en aquel momento no hacían nada, igual que el resto de los hombres que pululaban de un rincón a otro y que podían ser supuestos clientes, pero que sólo eran amigos de la casa. Cuando vi las paredes completamente forradas de cintas de vídeo comprendí que aquello podía ser un videoclub. Y esta vez acerté. Enseguida apareció el jefe del negocio, Alí, un paquistaní de Peshawar que hace ocho años que reside en Barcelona. "Primero monté con mi familia un taller de confección en Santa Coloma, pero desde hace tres años me dedico exclusivamente a alquilar películas orientales, sobre todo de la India, y nos va mucho mejor". Tienen 380 socios y Alí se enorgullece principalmente de la veintena de catalanes que él considera fieles clientes. Luego me preguntó si no conocía al ídolo indio del momento, Akshay, actor que triunfa en películas de acción. Me supo mal no estar al corriente de la filmografía de la India y él me aseguró que muchos españoles con parabólica siguen la programación del canal inglés ZEE, dedicado al Paquistán y la India. Alí me mostró varios catálogos con los mejores títulos del momento. Akshay aparecía en casi todos los fotogramas, igual que otro actor, Gobenda, con quien, por lo que parece, comparte palmito y popularidad entre los fans del cine indio. Estábamos enfrascados en la inevitable charla sobre lo difícil y complicado que es ahora para un inmigrante no comunitario conseguir los papeles para ser legal (él los tiene desde 1992, cuando las cosas eran mucho más sencillas), cuando me di cuenta de que al fondo de la tienda había un locutorio con siete cabinas de teléfono. En una de ellas un señora con un sari floreado estaba concentrada en una conversación que parecía no tener fin. Pensé que le costaría un pico, pero Alí me aclaró que está suscrito a una compañía telefónica extranjera y que las llamadas le salen el 60% más baratas que en Telefónica. "Por eso vienen a cualquier hora del día y están hablando cuanto quieren". Salí del videoclub sin ninguna película bajo el brazo, aunque ahora ya sé adónde acudir si algún día me coge la nostalgia de aquella sesión de cine en Nueva Delhi.

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