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Normalizaciones

Antonio Elorza

Habitualmente, por normalización se entendía el restablecimiento de un orden o de una situación que fueron alterados en un momento previo. Después de la represión que siguió a la primavera de Praga, en 1968, colocada por los soviéticos bajo esa etiqueta, "normalización" adquirió un nuevo sesgo en el plano político, designando la consolidación de una forma de dominio transitoriamente amenazada, cuyo titular estima como natural y necesaria. En ese caso, la férrea tutela de la URSS y la dictadura dependiente ejercida por el Partido Comunista sobre los ciudadanos checolosvacos frente al proyecto democrático diseñado por Dubcek y sus colaboradores. Este sentido podría también asignarse al empleo actual del vocablo para calificar de normalización las políticas relativas al uso del idioma por parte de grupos nacionalistas. No se persigue un derecho, sino el ejercicio y la consolidación irreversible de una hegemonía. Por lo mismo, resulta lícito calificar de "normalizaciones" los procesos que vienen experimentando nuestros partidos de izquierda desde la última consulta electoral. Pocas semanas antes de que la misma tuviera lugar, el líder de Iniciativa per Catalunya, Rafael Ribó, anticipaba que los resultados de las elecciones debían impulsar a una reflexión para el conjunto de la izquierda. A efectos de no ser irremisiblemente derrotada en las generales del año 2000. IU iba a sufrir un descenso y el PSOE quedaría detrás del PP, con difíciles perspectivas para invertir la relación de aquí a un año. La predicción funcionó. Pero de reflexión nada. En ambos casos, y por razones opuestas, los dirigentes optaron por la eliminación de todos los problemas y por buscar en cambio un fortalecimiento de las propias posiciones de poder. Incluso por vías coincidentes en cuanto a localizar el único centro de reflexión y decisiones en un núcleo integrado por el "dirigente máximo" -título que se otorga a sí mismo Anguita- y un círculo de notables que al margen de todo organigrama asume las funciones propias del consejo real en el Antiguo Régimen. A los comités estatutarios les queda sólo el papel de cámara de registro de esas decisiones superiores.

Este tipo de normalización autoritaria parece aún más incongruente en el caso de IU. La única explicación reside en la voluntad de Anguita de conservar el poder a toda costa. Como cazar a los conejos-electores resulta imposible, las responsabilidades se vuelcan sobre los niveles inferiores de la organización. Y no le faltan turiferarios en IU que descartan como perversas las críticas exteriores y apoyan así la bunkerización en curso, la cual, de acuerdo con las pautas estalinianas, se hace compatible con giros tácticos de 180 grados en las alianzas. Cuenta sólo la inmaculada estrategia -Romero dixit- y, según nos vamos aclarando, ésta implica nada menos que el anticapitalismo y la construcción del socialismo. Claro que si a Lenin le llevó al poder (sic) el pueblo ruso como alguien ha escrito, ¿por qué no había de hacerlo el español con Anguita? Entre tanto, el proyecto del "dirigente máximo" y su nuevo complemento, el centralismo burocrático destructor de la esencia de IU, servirán para ir tirando un año más.

El visible propósito de reforzar el poder del aparato en el PSOE, en torno a la designación de Almunia como candidato, tiene por lo menos tras de sí el buen resultado en las urnas. No obstante, después de la democratización interna que supusieron las primarias, el regreso al control ejercido por los Ciscar, Rubalcaba y Eguiagaray, a la sombra y en la sombra de Almunia, supone elegir la vía política más cómoda, pero también la menos fiable. Si los militantes socialistas votaron en las primarias ante todo contra ese aparato, gris sobre gris, ¿por qué habrían de respaldarle los votantes del conjunto de la izquierda española?

Fuera de las normalizaciones, queda el aire fresco que viene de Cataluña, con Maragall comiéndole el terreno a Pujol. Como trasfondo cultural, la exposición El jardín de Eros del palacio barcelonés de la Virreina, donde se exhibirán las películas pornográficas que encargaba para propio disfrute el bueno de Alfonso XIII. Un antídoto saludable contra otra normalización, la de la cultura cortesana que nos invade de centenario en centenario.

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