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Centro izquierda y centro derecha

Que los conceptos de centro, derecha e izquierda están cambiando en nuestro país era cosa sabida y discutida en el plano teórico. Pero las últimas elecciones y la batalla de los pactos para la configuración de los nuevos ayuntamientos lo han confirmado en la práctica. En un país como el nuestro, que ha pasado de un Estado centralista y autoritario, gobernado por una derecha dictatorial, a un Estado descentralizado, con diecisiete autonomías ampliamente desarrolladas, los conceptos de izquierda y derecha no sólo se han complicado por los cambios sociales y generacionales, sino también porque se han mezclado con otras líneas divisorias, o sea, con otros espacios políticos en los que entraban en escena partidos y grupos que se proclamaban de derecha o de izquierda y, a la vez, nacionalistas o regionalistas. De ahí las dificultades del PP y el partido socialista, que se veían a sí mismos como una derecha y una izquierda confrontadas entre sí, pero unidas para garantizar la unidad de España frente a los nacionalismos disgregadores y, a la vez, se consideraban como los ejes vertebradores de la derecha y la izquierda en el conjunto del país y en cada comunidad autónoma.

El PP creyó que había resuelto el dilema pactando con los nacionalismos de centro o de centro derecha en Cataluña, Euskadi y las islas Canarias y fagocitando o dividiendo a los demás grupos regionalistas de centro derecha, como Unión Valenciana, Unidad Alavesa, el PAR y otros grupos en Navarra, Cantabria, Castilla y León, etcétera. El resultado está ahí: con las excepciones catalana, vasca y canarias, el PP ha copado el centro derecha y lo ha monopolizado sin más excepción que el engendro de un GIL que no es propiamente un partido, sino una peligrosa mezcla de intereses mafiosos y de demagogias baratas. Pero con ello se ha quedado solo, ha creado un espacio político en el que, salvo algunas excepciones muy concretas e irrepetibles, no tiene con quién aliarse a la hora de los pactos y ha chocado con una alternativa durísima: o alcanza la mayoría absoluta o nada. Es un espacio cerrado que, además, parece que ha alcanzado su techo máximo y ya no da más de sí, porque no se ve por dónde lo puede ampliar. Éste es, a mi entender, el significado principal de la batalla de los pactos municipales: el PP sólo puede esperar apoyos externos en circunstancias muy especiales, como la de Euskadi, o, en otro nivel muy diferente, la de Ceuta y otros lugares. Para el resto, se ha quedado librado a sus propias fuerzas y éstas ya han mostrado sus límites.

La situación del centro izquierda es radicalmente distinta. El partido socialista es, sin duda, el principal aglutinador del mismo, pero el panorama no es ni uniforme ni homogéneo y, por consiguiente, nos conduce a todos a entrar de lleno en la cultura de los pactos. Esto va a obligar a todas las fuerzas, y muy principalmente al partido socialista, a actuar con gran flexibilidad y a no perder de vista ni un minuto que se trata de construir un centro izquierda en una sociedad española plural y diversa y que por consiguiente tiene que dejar de lado el discurso obsoleto de una España vertebrada por dos grandes partidos nacionales, el PP y el PSOE, frente a los nacionalismos y regionalismos de todo tipo y también los intentos de fuga hacia adelante de estos últimos.

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Ahí están, para demostrarlo, los ejemplos de Galicia y de Euskadi. En Galicia, nada podía ser más retrógrado a estas alturas que entregar todo el poder al PP, con la excepción de A Coruña, como rechazo al posible pacto de los socialistas con los nacionalistas del BNG en nombre de la unidad de España. Naturalmente, los acuerdos entre el PSG y el Bloque tienen y tendrán contradicciones y darán lugar a más de una confrontación. Pero la peor contradicción sería hacer pasar la línea divisoria por el españolismo contra el galleguismo, creando una especie de frentismo liderado por el PP contra el BNG, con los socialistas convertidos en el jamón del bocadillo y una sociedad obligada a dividirse en dos extremos.

Algo parecido hay que decir de Euskadi, donde el resultado de las elecciones ha significado, a mi entender, una derrota del frentismo entre un bloque nacionalista y un bloque españolista, aunque es cierto que, pese a todo, se ha producido una cierta polarización entre el PP por un lado y Euskal Herritarrok por otro. Pero creo que el Partido Socialista de Euskadi ha acertado en su apoyo a la lista más votada, y creo también que para el futuro de Euskadi será indispensable un acuerdo cada vez más sólido entre el PSE y el PNV para gobernar una sociedad tan interesante y tan compleja como la vasca.

Desde este punto de vista, no estaría mal profundizar en el análisis de una Cataluña convertida en un excelente modelo de centro izquierda basado en la diversidad de una izquierda plural que es, a la vez, autonomista y, en su gran mayoría, federalista. Y así podríamos seguir en Aragón, en Valencia, en las islas Baleares, en las Canarias, en Andalucía, etcétera. En definitiva, no se trata sólo de alianzas circunstanciales, sino de construir un modelo para liderar una España plural, descentralizada y diversa.

La responsabilidad de los socialistas es muy grande, porque son y seguirán siendo la principal fuerza cohesionadora del centro izquierda en toda España y, como tal, tendrán que trabajar como nadie para forjar una mayoría de centro izquierda en espacios políticos que ya no son ni serán uniformes y que, precisamente por ello, tendrán que adaptarse a cada situación y a cada singularidad. Y, además, una mayoría que tendrá que gobernar, lo cual podrá crear algunos problemas, pero que a la larga será un magnífico ejercicio de cohesión porque no hay mejor antídoto contra los ideologismos abstractos que la asunción de responsabilidades de gobierno.

Como ha demostrado el caso de las vacaciones fiscales en Euskadi, las grandes decisiones políticas y económicas se tomarán cada vez más en el marco europeo. Para ello, los partidos nacionalistas y regionalistas tendrán que reorganizar sus ideas y sus estructuras. Pero si el partido socialista quiere liderar de verdad el nuevo y complejo centro izquierda que España necesita tendrá que dejar en un segundo o un tercer plano la apelación a una España confrontada con los nacionalismos y regionalismos y mirar hacia horizontes más amplios, porque el problema es, y será cada vez más, definir con claridad, rigor y amplitud de miras cuál va a ser el papel de una España plural en la Europa en construcción.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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