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El Gobierno de Barak

En Israel no ha habido días mejores ni tan agradables como los 50 días que han transcurrido desde el 7 de mayo -día de las elecciones- hasta el 6 de julio -día en que se establece el nuevo Gobierno de Barak-. Éstos han sido en Israel unos días "sin Gobierno": el Gobierno de Netanyahu se suicidaba y caía, y Barak trataba de formar Gobierno. La verdad es que yo recomiendo a todos los Estados fijar un mes al año donde no haya Gobierno. Al fin y al cabo, los funcionarios realizan la mayor parte del trabajo y toman la mayoría de las decisiones; así que conviene que el pueblo se olvide un poco de sus políticos, y puede que también éstos tengan necesidad de olvidarse por un tiempo del pueblo.Como una enorme turbina que no dejaba de hacer ruido junto a la ventana y como si fuera imposible hablar de algo sin tener que oírle o pensar en él, así fue la presencia de Benjamín Netanyahu en nuestras vidas -y no sólo hablo de la vida política- desde que fue elegido primer ministro en 1996. No había conversación donde no surgiera él; no había idea o reflexión política en la que no se hiciera referencia a él, para bien o para mal. Y ahora, de repente, el ruido atronador de la turbina ha cesado, y con él ha callado y ha desaparecido Benjamín Netanyahu. Y éste sea tal vez un claro ejemplo de cómo a veces una cierta y extraña locura es capaz de absorber mente y espíritu.

Por fin llegó la calma. Y el recién elegido primer ministro se encerró en su despacho y, como cuando era jefe de los cuarteles del Ejército durante la guerra de desgaste que hubo entre la guerra de los Seis Días y la guerra del Yom Kipur, convirtió la noche en día. Para negociar posibles pactos políticos empezó a citar a los representantes de los distintos grupos parlamentarios por la noche -desde la medianoche hasta el alba-, y luego por la mañana se iba a dormir a su casa. De esa forma consiguió librarnos un poco de la cháchara interminable de los medios de comunicación que, en la mayoría de los casos, se dedicaba a ejercicios de narcisismo. El hecho evidente de que Barak sólo quiso ser entrevistado en algunas ocasiones -ojalá siga así-, tal vez sirviera para infundir aún más calma a nuestras vidas.

En hebreo, Barak significa "rayo". Sin embargo, Ehud Barak ha ido formando su Gobierno sin prisa alguna y aprovechando todos los días que la ley le concedía. Su decisión de formar un Gobierno con una amplia mayoría con partidos diferentes es sensata y necesaria, a pesar del precio que ha de pagar a los partidos religiosos. Y si Benjamín Netanyahu hubiera formado un Gobierno de amplia mayoría inmediatamente después de firmar el acuerdo de Wye Plantation con los palestinos, no sólo seguiría siendo ahora primer ministro, sino que quizá habría tenido posibilidades de salir reelegido en las últimas elecciones.

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El reto más importante que tiene ante sí este Gobierno es la culminación del proceso de paz no sólo con los palestinos, sino también con Siria y, consecuentemente, con el Líbano. Esto es algo que supondrá la retirada completa de los Altos del Golán. El plan ya está pensado; las líneas básicas ya fueron trazadas durante los Gobiernos de Rabin y Netanyahu, y ahora sólo queda llevarlo a la práctica. He de reconocer que incluso yo, que desde la guerra de los Seis Días he mantenido con firmeza la opinión de que los territorios ocupados eran sólo una garantía en manos de Israel para obligar a los países árabes a admitir al Estado judío y hacer la paz con él, me estremezco un poco al pensar que dentro de un tiempo se tendrán que desmantelar todos los asentamientos del Golán, incluida una ciudad entera donde pasé varias temporadas cuando aún estaba en la reserva, y devolver toda la zona desde la que se contempla la Alta Galilea a un país como Siria, un Estado con un régimen dictatorial y casi militar. Esta idea es sin duda inquietante. No obstante, la anexión de los Altos del Golán -oficial desde 1981- no parece relacionarse con la conquista de otro pueblo, ya que en esa zona no vive población siria.

Pero ¿contará el nuevo Gobierno con el suficiente apoyo entre la población y con la convicción moral y el valor necesarios para dar este paso? El apoyo entre el pueblo existe, ya sea gracias a la mayoría parlamentaria de la nueva coalición de gobierno, ya sea con el apoyo añadido de 10 parlamentarios árabes que no están dentro de la coalición, y ya sea, por supuesto, a través de la promesa de un referéndum. Sin embargo, sin una justificación moral y política, este paso puede resultar muy doloroso.

La necesidad de hacer la paz con Siria no se debe a una situación actual de peligro. Siria es hoy día un país débil y con graves problemas económicos, y ya no podría promover ella sola una guerra contra Israel. No obstante, nadie sabe lo que pasará en el futuro, después de la era de Asad. ¿Acaso alguien puede garantizar que, debido a conflictos y luchas internas, los nuevos dirigentes no atacarán la frontera con Israel, tanto en el Golán como en el Líbano? ¿Alguien puede asegurar que la enemistad entre Irak y Siria no va a desaparecer algún día y que no va a surgir una nueva alianza Irán-Irak-Siria que suponga una terrible amenaza para Israel?

Por eso, lo mejor es llegar a un acuerdo de paz con Siria e incluir a los Estados Unidos como parte y garantía de ese acuerdo por medio de la presencia de observadores americanos en la zona desmilitarizada, del mismo modo que se hizo en el Sinaí cuando se firmó la paz con Egipto.

Pero existe otra justificación moral para devolver el Golán a Siria. La conquista del Golán en 1967 fue fruto de la necesidad de alejar los tanques sirios que amenazaban y atacaban las poblaciones del norte de Galilea. Si ése fue el motivo, ¿qué razón había para levantar nuevos asentamientos en los Altos del Golán y acercar así de nuevo los tanques sirios a la población civil? ¿Cómo se justifica moralmente ese paso?

Es cierto que Siria no ha reconocido nunca la existencia del Estado de Israel y que lo ha atacado en varias ocasiones; sin embargo, sus ataques contra Israel nunca llegaron al grado de maldad que alcanzaron los japoneses en la Segunda Guerra Mundial o al tipo de colaboración satánica que mantuvo Italia con el régimen nazi en Alemania. Y en cambio, después de ser derrotados en la guerra, estos paí

ses no tuvieron que renunciar a ninguna parte de su territorio; por tanto, no hay ninguna justificación moral para pedirle a Siria que acepte renunciar a parte de su tierra y, por ende, a parte de su identidad. La paz con Siria nos dolerá a todos, si bien el carácter menos fanático de la mayoría de la población de los Altos del Golán hará que las manifestaciones de protesta sean menos violentas de lo normal, y mucho más cuando, al fin y al cabo, la zona del Golán no forma parte del Israel histórico. No obstante, el Gobierno de Barak ha de preparar a la opinión pública desde el punto de vista político, pero también desde un punto de vista histórico y moral. Y una última cosa: prohibido pensar que, gracias a un acuerdo de paz con Siria, se podrá ignorar la necesidad de llegar a un acuerdo completo y justo con los palestinos. Obviamente, tras alcanzar la paz con Egipto, Jordania, Siria y el Líbano, los palestinos se quedarán sin poder efectivo para exigir lo que les corresponde: un Estado palestino desmilitarizado sobre por lo menos el 80% del territorio de Cisjordania y Gaza. Y es que no dejarles a los palestinos el mínimo justo que se merecen hará que quede en la región un foco permanente de tensión, que, aunque no lleve a una guerra, sí envenenará por siempre un conflicto tan largo y complejo como éste, pues el sigloXX nos ha enseñado que los ciudadanos discriminados y frustrados no son menos peligrosos que los tanques y los cazabombarderos.

Abraham B. Yehoshúa es escritor israelí.

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