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Segunda piel

PACO MARISCAL

La hipocresía tiene milenios cumplidos, y siempre es actual. Se estrena estos días en nuestros cines una película que gira en torno a ese tema y la protagonizan esos dos muchachos de moda que son Javier Bardem y Jordi Mollà. Amores públicos heterosexuales y ocultos amores homosexuales que se silencian. Dos pieles del tejido humano envueltas en papel de celofán, como se envuelven y protegen otros comportamientos relacionados con el fariseísmo social: de un lado la epidermis que se muestra tersa bruñida y sin arrugas a la ciudadanía; del otro, el pellejo feo, desteñido, porque las convenciones sociales o políticas lo hacen poco aceptable -llámese esta segunda piel oculta amores entrecomillados, o llámese valencianismo "políticamente incorrecto" en el sentir y actuar de nuestra derecha autóctona-.

El fallecimiento de Enric Valor nos ha venido a recordar a los fariseos; a esos fariseos de la milenaria y bíblica Palestina que eludían y esquivaban los preceptos y se mostraban piados y rigurosos con la ley en público. A esos y a los nuestros, porque ni por asomo hubiesen podido imaginar que, en este rincón valenciano al otro lado del Mediterráneo, tendría su secta tan copioso número de seguidores con doble piel.

Hechas cuantas honrosas, cívicas y escasas excepciones sean necesarias, entre los dirigentes de nuestra derecha valenciana el interés por el valenciano o por Enric Valor ha sido y es tanto como el que tienen los esquimales por un frigorífico o el diablo por un calentador. Esa piel social es políticamente incorrecta, porque sus convicciones no pasan por una determinada identidad valenciana, ni por la recuperación cultural del valenciano, ni por la configuración de una comunidad histórica y moderna a la vez que nos una y articule socialmente. Su discurso público, su piel aparente es la vieja canturía decimonónica y provincianista de Castellón, Valencia y Alicante; también en esa piel no silenciada, se desgañitan hablando de una identidad valenciana que enronquece con consignas secesionistas, envuelvas con el celofán público de "defensa del valenciano", cuando al valenciano siempre lo miraron de soslayo.

Porque en la piel oculta o socialmente silenciada de nuestra derecha se dibuja el desinterés, la indiferencia cuando no la animadversión hacia el valenciano y hacia su tímida recuperación histórica. Y eso no es de ahora, aun cuando la muerte de Enric Valor nos lo vuelve a recordar. Y eso se constata en cada esquina o en cada ocultación de la realidad, tal como ha hecho la televisión autónoma del papel desempeñado por Valor en la unidad y recuperación de la lengua que, muy a pesar de la derecha, todavía hablamos muchísimos valencianos y la hablan nuestros hijos.

No se necesita ser un nacionalista irredento de nuevo cuño; basta con ser moderadamente centrista para tratar con decoro a esa dignidad enjuta y cívica que fue Enric Valor. Desechar su nombre para una escuela no es con todo más que una anécdota más de ese fariseísmo, de esa doble piel que habita entre nosotros.Hay un divorcio enconado entre el lustre de cuanto dice en público la derecha y la realidad que silencia, que considera política o electoralmente incorrecta. Y, sin embargo, si nuestra derecha no pierde algún día su farisaica doble piel, es difícil que esta tierra tenga algún día una cierta entidad social, política y cultural.

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