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Una ensalada de imágenes

JOSÉ LUIS MERINO

Hoy se inaugura en el Museo Guggenheim de Bilbao la exposición del pintor estadounidense David Salle (Oklahoma, 1952). La muestra está organizada por el Stedelijk Museum de Amsterdam. Consta de medio centenar de obras de gran formato, fechadas entre 1979 y 1999.

Se trata del arte plástico que unos llamaron Nueva Pintura Figurativa y otros Arte Postvanguardista de los 80. En cada obra de David Salle hay una conformación o reunión de imágenes desde todos los ángulos visuales posibles. Temas de muy diferente signo se dan cita en los lienzos. Todo entremezclado, con un plan determinado de poner en cuestión, aunque aprovechándose de ello, el confuso repertorio de imágenes en la que se ve inmersa la sociedad supercivilizada.

Es el de Salle un arte proclive al mestizaje. En una misma obra conviven distintos mundos visuales: tanto el considerado altamente artístico como el trivial, lo mismo el manual como el industrial. Obras clásicas de pintores italianos y holandeses de los siglos XVI y XVII son llevadas a los lienzos de Salle para ser entreveradas con temas que le proporcionan las revistas pornográficas del siglo XX. Junto a este conglomerado de imágenes se añaden otras del realismo social de la época de la depresión norteamericana, y otras más, como por ejemplo salas de estar que figuran en la propaganda comercial de cualquier firma de decoración. Todo ello crea un vertiginoso cosmos visual. Se ha hablado de pintores de lejanos siglos, pero también se podía hablar de artistas españoles como Velázquez o Gutiérrez Solana, y hasta del belga Ensor, y otros de mayor o menor renombre.

A medida que el espectador va adentrándose en la exposición, puede tomar conciencia de que le están mostrando un concepto de arte extensible a todo el campo experimental de la realidad, incluida la que procede de la historia del arte propiamente dicha. Aceptado esto, empieza a advertir algo que pocas veces le había ocurrido en arte. O sea, dentro de sí tiene una doble sensación. Por un lado, determinadas obras le atraen y por otro lado siente, al mismo tiempo, un no sé qué repulsivo. Y si no es repulsión, cabe hablar de rechazo. Eso le sucede en un primer momento. Luego, cuando consigue habituarse a la profusa convivencia de imágenes, puede más la atracción que el rechazo.

Y ya en un terreno más objetivo, en una misma obra se relaciona lo bello con lo feo, las secuencias lógicas con las extrañas, las superficies lisas con las ásperas, lo esplendente y rico con lo pobre y tosco, lo trivial con lo trascendente. Nada es fijo. Todo aparece desdibujado y cambiante. De vez en cuando, algunas líneas y ciertos perfiles adquieren una función de apoyo, al modo de puntos de soldadura, para que el todo consiga alcanzar una mórbida unidad. Todo ello acaba por demostrar que estamos ante un arte que parece idolatrar la idea del cambio permanente.

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Como se ha dicho, las obras son de grandes formatos. En algunos casos se presentan como dípticos y trípticos. Las hay con gran profusión de collages, ya de madera, ya de telas estampadas y otros materiales. Incluso en ocasiones alguna de las obras podían catalogarse como escultupinturas.

El mundo plástico mostrado se ha trazado sobre las aportaciones de artistas como Rauschenberg, Warhol, Jasper Johns, Rosenquist, Wesselmannn. Sin olvidarnos de una referencia algo lejana, pero evidente, la de Francis Picabia, y otra más cercana, no menos evidente, como la del silesio Sigmar Polke. Referencias que David Salle nunca consideraría secretas. Todo lo contrario: son sus precedentes ilustres. Por oír una justificación a estos trabajos, una voz podía advertir que la vida diaria está repleta de arte, al tiempo que el arte está lleno de momentos sumamente cotidianos.

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