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Reportaje:

Escalar, un estado mental: El vitoriano Iker Pou fracasa por poco en su intento de completar la vía más complicada que existe

La vía de escalada más complicada que se conoce se llama Acción Directa, porque los escaladores gustan de bautizar sus ascensiones con expresiones crípticas. Localizada en el Frankenjura, al sur de Alemania, la vía es más un lugar de visita que un reto para fanáticos. Así que los curiosos se colocan al pie de la ascensión, levantan la vista, doblan la nuca y permanecen un buen rato en estado de contemplación preguntándose cómo hizo Wolfgang Güllich para encadenar (esto es, ascender sin caerse) por primera vez la vía. Después, giran los talones, sacuden la cabeza y se alejan para escalar en paredes más bondadosas.Iker Pou, reconocido entre los mayores talentos españoles del gremio, también visitó, hace un año, Acción Directa. Y se obsesionó. Regresó a su casa de Vitoria y empezó a entrenarse para completar la repetición de una ascensión inaugurada en 1991 y sólo escalada desde la fecha en una ocasión. Pou (22 años), de aspecto despistado, mediana estatura, podría pasar por un adolescente descreído. Su look descuidado, el walkman que le acompaña mientras barre el suelo del rocódromo municipal donde trabaja o su sonrisa perpetua no casan con el temperamento fanático de un tipo inmune al desaliento. Pou convenció a dos amigos y el pasado 31 de julio condujeron hasta Alemania. Su idea era asediar durante tres o cuatro meses la vía deseada. Minutos después de plantar en un cámping de la zona su tienda de campaña, Pou atacaba su desafío, así, "nada más llegar, de cabeza". Por supuesto, se estrelló. Por supuesto, no se desanimó. Iker había completado durante todo un año extenuantes entrenamientos específicos destinados a recrear de forma cotidiana el tipo de dificultades que presenta Acción Directa. La vía, de 14 metros de altura, presenta un desplome de 45 grados y unos agarres para las falanges de los dedos irrisorios. Iker se entrena en una lonja compartida con varios amigos y conocida como El templo, un lugar donde abundan las colchonetas, los paneles de madera cosidos de presas, el sitio donde Pou se recluyó para fortalecer los tendones.

Dentro de la rutina de su asedio a la vía, acometía un par de intentos diarios, todo esto a lo largo de los dos meses y medio que permaneció junto a su objetivo, como el vigilante de su propia obsesión. No logró hacerse al calor y a la humedad insoportables típicos de la zona, tampoco al frío y a las lluvias que llegaron a partir de septiembre. Un día, a mediados de octubre, entendieron que habían agotado su crédito. Hubo un momentó en el que Iker creyó posible obtener algo diferente al fracaso: en el último y definitivo movimiento, el que debía conducirle hasta el punto más alto de la pared, sus dedos resbalaron, y volvieron a resbalar catorce veces seguidas. Algunos eslóganes publicitarios que pueblan las revistas especializadas defienden que la escalada es "un estado mental", aseveración compartida por Pou: "Intentar una vía es muy duro, algunos están tres días, se impacientan y se van porque se les bloquea el coco. El factor psicológico es determinante y, a menudo, la relación entre fuerza mental y física es de un 60% contra un 40 %". Pou se ha acostumbrado a compensar sus habilidades. Pura fibra, su físico no impresiona; invisible al primer vistazo, su fuerza de carácter le ha acercado hasta los límites de la escalada, convencido de que queda poco margen para enfrentarse a dificultades extremas distintas de las ya conocidas. Salvo que alguien logre un día progresar por una pared de mármol.

"Friquis" que se pasan al surf

Un poco desolado, Iker Pou ha asistido en los últimos tiempos a la deserción de muchos de de sus compañeros de escalada. Los prófugos han saltado de la montaña a la playa, o al asfalto urbano: ahora prefieren las olas del surf antes que los vuelos amarrados a una cuerda. O les atraen las piruetas a lomos de un monopatín cuando antes les seducía la adrenalina propia de la incertidumbre de la escalada. "Algunos de los que entrenaban conmigo se han saturado porque no han podido alcanzar algunos de los objetivos que se habían planteado. En su caso, todo ha derivado en una actitud de comodidad y han elegido lo que está de moda. Siguen escalando, pero no con la intensidad acostumbrada. Es cierto que el mundillo de la escalada es muy fanático y duro, y esto hace que muchos bajen el listón. Yo creo que aguantaré todavía muchos años". Su tono no revela acritud alguna, es pura constatación.Propio de los grupos volcados con pasión en una actividad, el universo de los escaladores resulta bastante limitado para cualquier observador; ilimitado, en cambio, para los que lo componen. "Vivimos en nuestro mundo particular", acepta Iker Pou, "y nos vamos casi todos los fines de semana a escalar después de pasarnos todo el resto de la semana entrenando duro. Apenas salimos por la noche y manejamos una jerga muy particular. Pero esto no me hace sentir una conciencia de clase. Desarrollamos nuestra pasión, sin más". A los asiduos de la escalada deportiva, en muchos casos reacios a desarrollar actividades propias del alpinismo, se les conoce como friquis, una suerte de casta especilizada y que no suele comulgar con los valores del alpinismo. No es el caso de Pou, educado en el seno de una familia muy volcada hacia la montaña.

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