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Crítica:"EL PATITO FEO" / ANTENA 3
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El patito horrible

Con cierto retraso sobre el horario previsto, Antena 3 estrenó el pasado sábado El patito feo, otro producto de entretenimiento plano o, según como se mire, una reflexión involuntaria sobre el mundo de las apariencias. Hombres y mujeres del montón, honrados padres de familia y voluntariosas amas de casa tienen la posibilidad de verse transformados por el poder de la cosmética y de la peluquería. Se personan en el programa y, una vez embellecidos como si fueran a tomar el té con Isabel Preysler, tienen derecho a verse -y a que nosotros les veamos- en el espejo. Éste es el gran momento, cuando, tras muchos años de desidia y abandono, una puede contemplarse disfrazada de reina por un día. Semejante hilo conductor, sin embargo, es demasiado frágil para soportar más de dos interminables horas de televisión, así que, para rellenar, se le añade algo de cámara indiscreta, una pizca de Sorpresa, ¡sorpresa! y esos decorados de pesadilla, con neones, escalinatas, go-go girls y un público transgénico adiestrado para aplaudirlo todo.

Pilotando tan turbulenta nave, Ana García Obregón y Adam Martín. La primera interpreta histriónicamente su papel de ex mujer más deseada por los españoles sin preocuparse del paso del tiempo, y luce caderamen, modelitos y contoneos varios con eso que, para no llamar a las cosas por su nombre y con prudente sentido de la compasión, denominamos profesionalidad. Cuando habla -es un decir- hay que bajar el volumen del televisor, ya que su legendaria tendencia a la estridencia se ha agudizado con el tiempo y se ve agravada por la confusa y endeble estructura de un programa que delata precipitación y nerviosismo. La vemos bailar, saltar, chillar y cantar sin que ninguno de sus voluntariosos esfuerzos se vea compensado por la chispa del talento. Por si eso fuera poco, ironiza sobre su protagonismo mediático y, con la ayuda de unos guiones que parecen escritos por un enemigo, dice cosas como "sólo me dejo tocar por profesionales", para que su acompañante pueda replicarle: "Sí, por profesionales del fútbol", y el público, debidamente avisado, empiece a corear: "¡Suker, Suker!".

Adam Martín, por su parte, pone el piloto automático y hace lo que puede por mantener la compostura. Pero lo tiene difícil. Su primera aparición en calzoncillos constituye una metáfora sobre una profesión en la que, a veces, uno tiene que bajarse los pantalones (y, puestos a tener que hacerlo, quizás sea mejor bajárselos enseguida y olvidarse del asunto).

Los participantes ponen mucho de su parte, pero, a veces, uno acaba pensando que estaban mejor antes de ser maquillados y que, al contemplarse en el espejo, una parte de su cerebro piensa: "Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy".

En algunos momentos, la relación entre participantes y presentadores da un poco de rabia, ya que, quizás sin proponérselo, Obregón y Martín no pueden evitar dejar bien claro quiénes son los guapos y que, por más que los patitos feos se arreglen y maquillen para alcanzar la categoría de gansos o cisnes, por más que se disfracen con lentejuelas y mechas o perillas macarriles de chico Martini, nunca tendrán el palmito suficiente para presentar un programa como éste.

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