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Reportaje:

Las angustias de Ranieri

El técnico italiano no logra implantar su filosofía en el Chelsea

Cuando reemplazó a su compatriota Gianluca Vialli en el banquillo del Chelsea debido al paupérrimo comienzo liguero del equipo londinense, Claudio Ranieri no podía imaginarse las adversidades con las que se iba a tropezar en sus primeros meses de trabajo.

Días atrás, el diminuto Dennis Wise, santo y seña del Chelsea, incluso llegó a retar a Ranieri amenazando con irse del club de su corazón. La crisis se solventó, en principio, gracias a la presión cariñosa de los seguidores sobre el futbolista. Sin embargo, el incidente dejó bien claro cuál era el mensaje.

Algunos jugadores y muchos aficionados no están de acuerdo con la labor del técnico italiano y piden a gritos el enderezamiento de un equipo que debería estar luchando por el título y que, por contra, anda perdido por la zona media de la clasificación -noveno, a 24 puntos del líder, el Manchester Unided-, que ha llegado a flirtear en algún momento con los puestos bajos y que desde abril del año pasado no ha conseguido ganar un solo partido fuera de su propio estadio, el de Stam-ford Bridge.

Lo cierto es que la aventura británica de Ranieri ha ido apagando de forma estrepitosa su exultante personalidad. Parece como si el frío y seco ambiente de las islas hubiese neutralizado el mágico magnetismo que solía tener para alegrar a los que trabajaban a su alrededor. Ranieri ha decidido no conceder entrevistas, salvo en caso de derrota, y raramente aparece en público.

El entrenador que sembró y cultivó la semilla del éxito en el hoy poderoso Valencia y que ya no pudo triunfar después en el Atlético de Madrid no ha logrado transmitir su reputada filosofía a la plantilla del Chelsea. Y no será precisamente por la falta de calidad de ésta, ya que en ella figuran, entre otros, Ferrer, el holandés Hasselbaink, el italiano Zola, el uruguayo Poyet y el francés Desailly.

Caos comunicativo

Quizá también haya influido en ello el hecho de que Ranieri apenas ha aprendido a hablar inglés en los tres meses que lleva en Londres. Un obstáculo significativo para la comunicación fluida en un equipo que, en realidad, se asemeja a una multinacional, pues en él se dan cita jugadores de hasta 15 países.

La falta de entendimiento entre el entrenador y varios jugadores no es ningún secreto. En más de una ocasión, el ex zaragocista Poyet ha reconocido el caos comunicativo que existe en el vestuario. Sin embargo, Desailly y Hasselbaink, así como los mismos directivos del club, han apelado a la serenidad y la paciencia para encarar los problemas y tratar de solucionarlos.

Ranieri quiere cambiar el ideario que cultivaron en el Chelsea los preparadores que le precedieron: el británico Hoddle, el holandés Gullit y Vialli. Éstos se dedicaron a construir un equipo a golpe de talonario. Pero, en vez de fichar jugadores jóvenes y en alza, con todo un futuro por delante, se dedicaron a llenar Stam-ford Bridge de estrellas decadentes a la búsqueda de un retiro placentero y rentable, como Zola, Di Matteo y Weah entre otros. Por contra, Ranieri quiere crear un conjunto joven y ambicioso, pero esa empresa requiere drásticas e impopulares medidas.

Así, el italiano ha comenzado a relegar a algunas de las vacas sagradas, cuya edad pasa de los 30 años, y está alineando a menores de 25. Ranieri considera imprescindible crear un nuevo cuadro para intentar asegurarse un mañana exitoso.

Esta situación ha levantado ampollas entre los seguidores de un club tan elitista como el Chelsea. Por eso no le va a resultar fácil a Ranieri imponer sus ideas. El equipo está asociado a uno de los barrios más populares y exclusivos de Londres. De ahí que muchos aficionados, que se han acostumbrado a Zola, Hasselbaink y compañía, no están dispuestos a pagar los monumentales precios de las entradas y los abonos para ver a desconocidos.

En definitiva, el balance de Ranieri hasta ahora es negativo. Pero también es verdad que en nada le ha ayudado el entorno. El ex valencianista y ex atlético está sufriendo lo indecible para agarrar las riendas de un caballo brioso al que creyó un pura sangre. Eso sí, su frustración la alivia su suculento cheque anual: más de 500 millones de pesetas.

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