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VISTO / OÍDO
Columna
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La pérdida del futuro

En el primer cuarto del siglo recién pasado aparecieron en Europa los regímenes de masas y encontraron una oposición por parte de los individualistas, del pensamiento libre y suelto. Se atacó 'la rebelión de las masas' con armas y palabras, hasta que el último cuarto de siglo esos sistemas fueron vencidos y sustituidos por otros regímenes de masas: en ellos estamos, pero no lo sabemos. Hasta la revolución soviética y la fascista italiana, las personas creían tener ideas y se planteaban problemas de futuro.

Eran movimientos fecundísimos. La literatura política (y el cine, y el teatro) de los siglos XIX y XX se manejaba con ideas, con pensamientos y con interrogaciones. Los partidos tenían, como las personas, vida interior. Los regímenes de masas hicieron obligatorio el pensamiento único, y la vida interior dirigida: y definieron el bien y el mal, generalmente sin razón filosófica alguna (o pervirtiendo las que podían tener), pero con una fuerza brutal, que regresaba de antaño: de los monarcas absolutos, de los señores de horca y cuchillo, de las guerras incesantes y los caudillos. Temo, por lo que he vivido, que muchas personas aceptaron demasiado pronto y demasiado bien la orden de pensar: la prohijaron, la hicieron suya. Unos por miedo, otros porque no tenían más remedio; pero muchos por convicción. Son fáciles de sembrar. Si el comunismo soviético sacaba al país de siglos de barro, nieve, esclavitud, látigo y horca; si el nazismo sacaba a Alemania del apuro inmenso de la derrota de 1918, o los chinos elevaban su país sobre la miseria y el opio de los últimos emperadores, había algunas razones entre los que morían de hambre para creer en las grandes tonterías que hoy repudiamos.

Los regímenes de masas actuales, que utilizan el nombre de democracia, han encontrado la posibilidad de hacer creer que uno elige y piensa libremente, por encima de la televisión, de la prensa adquirida y hasta de su clase real, que suele ignorarse. Han demolido, en cambio, el futuro: es decir, la ideación de mejora, de superación, de tendencia a la igualdad. No sé si la gente de este país vive mejor sin preocuparse del futuro; ni el suyo ni el de los otros. Es posible que sí. La fundamentación de una personalidad sin mañana, que tiende en bulto a prolongar la vida aunque sea vegetativa y silenciosa, e incluso va contando con la inmortalidad, está todavía sin terminar. Pero está dando resultados abominables.

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