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Tribuna:POLÍTICA SANITARIA
Tribuna
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Europa, farmacias y copago

El autor defiende el sistema español y rechaza que se pueda aplicar el término monopolio a la oficina de farmacia o liberalizar sin perjudicar al ciudadano

Desde hace unos meses hay un debate, inducido por ciertos sectores, en que, de una manera u otra, siempre sale a colación el tema de los medicamentos o de las farmacias. Uno de los argumentos más esgrimidos son las constantes comparaciones con otros modelos sanitarios europeos o norteamericanos. Hace pocos días, en este periódico, Miguel Ángel Fernández Ordóñez publicó un artículo tituladoFarmacias y estancos. No se pretende desde estas líneas contestar al ex presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia, pero sí exponer un punto de vista de la realidad distinto al que él ha trazado.

Comparar monopolio y liberalización siempre es atractivo para el ciudadano; es uno de los principios en que se basa la expansión de la globalización. Pero en el caso de la farmacia no responde a la verdad crear un enfrentamiento entre estos dos términos. En España no existe un monopolio sobre las oficinas de farmacia; lo que existe es un modelo planificado y regulado por el Estado en beneficio del ciudadano. El farmacéutico no puede abrir donde quiere, sino donde es necesario; no fija los precios (esto lo hacen los laboratorios y la Administración), ni influye sobre la demanda. Estos factores hacen que difícilmente se pueda aplicar el término monopolio a la oficina de farmacia o que se pueda liberalizar sin perjudicar al ciudadano. Más sensación de monopolio tiene el consumidor cuando todas las compañías petroleras suben el precio de la gasolina simultáneamente.

'Según la OMS, España está sanitariamente en séptimo lugar y EE UU 30 puestos debajo'
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Las farmacéuticas aportarán entre 8.000 y 17.000 millones anuales a la investigación

Siempre es recurrente hablar de Europa, pero, si se hace, se debe hacer con todas las consecuencias. Hace poco, el Consejo de Europa ha aprobado una resolución sobre el papel del farmacéutico en el marco de la seguridad sanitaria. Este documento apuesta por potenciar la labor sanitaria del farmacéutico y de la oficina de farmacia para aumentar el uso racional del medicamento, puesto que éste no es un producto de consumo, sino un instrumento de salud. Siguiendo con las comparaciones con Europa, España, después de Bélgica y Grecia, es el país que más farmacias tiene por habitante, con una red que permite que el 98% tenga una farmacia en su lugar de residencia, bien viva en una gran ciudad o en una pequeña aldea. En este sentido, sólo mencionar que las solicitudes de apertura de nuevas farmacias en Navarra han sido mayoritariamente para grandes núcleos urbanos, pero apenas para pequeños pueblos. Esta concentración excesiva de farmacias en ciertas zonas puede hacer que volvamos a la España de los años sesenta, donde había farmacias, pero no medicamentos. No sólo cantidad, también hay que cuidar la calidad del servicio que recibe el ciudadano.

Hay frases que a fuerza de repetirlas podemos creernos que son verdad, pero no por eso dejan de ser falsas. En toda Europa, sólo en Inglaterra y Holanda hay analgésicos fuera de las farmacias. Es un grave error pensar que una sociedad es más moderna por vender medicamentos en establecimientos comerciales; simplemente es una sociedad que vela menos por la salud de sus ciudadanos. Además, España tiene unos precios de medicamentos de los más bajos de Europa. Cuando se habla del ahorro para el consumidor, baste con decir que las cifras están ahí y que cada uno las interprete como quiera. Cada español gasta al año 2.138 pesetas en especialidades farmacéuticas publicitarias (EFP), y a la hora de calcular el IPC, su ponderación es del 0,081%. Esgrimir libertad de venta por motivos inflacionistas en este caso no se puede admitir, porque además las EFP son medicamentos como los demás, con sus efectos terapéuticos, pero también adversos. Ahí están las palabras de la ministra de Sanidad desmintiendo que su ministerio contemple sacar las EFP de la farmacia.

Si las comparaciones con Europa deben hacerse con cautela, hacerlo en temas sanitarios con Estados Unidos puede llegar a ser escandaloso. En la última clasificación de los sistemas sanitarios realizada por la Organización Mundial de la Salud, España ocupa el séptimo lugar y Estados Unidos está 30 puestos más abajo, en el 37. Tomar como referencia un país en que para conseguir unos analgésicos, si no se vive en un lugar céntrico, hay que coger el coche y en el que la Seguridad Social apenas cubre a la población y se basa más en el concepto de caridad que en el de solidaridad, no es lo más acertado.

¿Por qué no afrontamos los problemas sin demagogias? Una interpretación errónea de las palabras de la ministra de sanidad ha abierto un debate sobre el copago. En este punto, seguro que las comparaciones con otros países ultraliberales no gustan tanto. Cambiar el sistema de copago es un aspecto que afecta a la financiación del gasto en medicamentos, pero realmente lo que hace falta es disminuir el ritmo del crecimiento del gasto en medicamentos. Esto es imprescindible para poder mantener el nivel de prestaciones sanitarias que recibimos, sin tener por qué perjudicar al ciudadano. Hay que apostar por la puesta en marcha de medidas estructurales que mejoren la sanidad. Una de ellas debe ser la potenciación de la farmacia como establecimiento sanitario; otra, la creación de equipos multidisciplinares de salud que integren a diferentes profesionales sanitarios; también se debe mejorar la atención primaria como manera de mejorar el diagnóstico y la prescripción de medicamentos; tampoco hay que olvidar la importancia de realizar campañas para fomentar el uso racional del medicamento o fomentar la prescripción por principio activo. Estas medidas tendrían a largo plazo efectos mucho más beneficiosos para toda la sociedad en general que la introducción de nuevas formas de copago.

Por último, una conclusión. Antes de fijarnos constantemente en algunos países para cambiar el sistema sanitario y el servicio farmacéutico español, que al fin y al cabo es uno de los mejores del mundo, mejor es trabajar en mejorarlo. La realidad es que pocos sistemas sanitarios son tan eficientes como el nuestro, ni, por supuesto, cubren tan bien las necesidades del ciudadano.Desde hace unos meses hay un debate, inducido por ciertos sectores, en que, de una manera u otra, siempre sale a colación el tema de los medicamentos o de las farmacias. Uno de los argumentos más esgrimidos son las constantes comparaciones con otros modelos sanitarios europeos o norteamericanos. Hace pocos días, en este periódico, Miguel Ángel Fernández Ordóñez publicó un artículo tituladoFarmacias y estancos. No se pretende desde estas líneas contestar al ex presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia, pero sí exponer un punto de vista de la realidad distinto al que él ha trazado.

Comparar monopolio y liberalización siempre es atractivo para el ciudadano; es uno de los principios en que se basa la expansión de la globalización. Pero en el caso de la farmacia no responde a la verdad crear un enfrentamiento entre estos dos términos. En España no existe un monopolio sobre las oficinas de farmacia; lo que existe es un modelo planificado y regulado por el Estado en beneficio del ciudadano. El farmacéutico no puede abrir donde quiere, sino donde es necesario; no fija los precios (esto lo hacen los laboratorios y la Administración), ni influye sobre la demanda. Estos factores hacen que difícilmente se pueda aplicar el término monopolio a la oficina de farmacia o que se pueda liberalizar sin perjudicar al ciudadano. Más sensación de monopolio tiene el consumidor cuando todas las compañías petroleras suben el precio de la gasolina simultáneamente.

Siempre es recurrente hablar de Europa, pero, si se hace, se debe hacer con todas las consecuencias. Hace poco, el Consejo de Europa ha aprobado una resolución sobre el papel del farmacéutico en el marco de la seguridad sanitaria. Este documento apuesta por potenciar la labor sanitaria del farmacéutico y de la oficina de farmacia para aumentar el uso racional del medicamento, puesto que éste no es un producto de consumo, sino un instrumento de salud. Siguiendo con las comparaciones con Europa, España, después de Bélgica y Grecia, es el país que más farmacias tiene por habitante, con una red que permite que el 98% tenga una farmacia en su lugar de residencia, bien viva en una gran ciudad o en una pequeña aldea. En este sentido, sólo mencionar que las solicitudes de apertura de nuevas farmacias en Navarra han sido mayoritariamente para grandes núcleos urbanos, pero apenas para pequeños pueblos. Esta concentración excesiva de farmacias en ciertas zonas puede hacer que volvamos a la España de los años sesenta, donde había farmacias, pero no medicamentos. No sólo cantidad, también hay que cuidar la calidad del servicio que recibe el ciudadano.

Hay frases que a fuerza de repetirlas podemos creernos que son verdad, pero no por eso dejan de ser falsas. En toda Europa, sólo en Inglaterra y Holanda hay analgésicos fuera de las farmacias. Es un grave error pensar que una sociedad es más moderna por vender medicamentos en establecimientos comerciales; simplemente es una sociedad que vela menos por la salud de sus ciudadanos. Además, España tiene unos precios de medicamentos de los más bajos de Europa. Cuando se habla del ahorro para el consumidor, baste con decir que las cifras están ahí y que cada uno las interprete como quiera. Cada español gasta al año 2.138 pesetas en especialidades farmacéuticas publicitarias (EFP), y a la hora de calcular el IPC, su ponderación es del 0,081%. Esgrimir libertad de venta por motivos inflacionistas en este caso no se puede admitir, porque además las EFP son medicamentos como los demás, con sus efectos terapéuticos, pero también adversos. Ahí están las palabras de la ministra de Sanidad desmintiendo que su ministerio contemple sacar las EFP de la farmacia.

Si las comparaciones con Europa deben hacerse con cautela, hacerlo en temas sanitarios con Estados Unidos puede llegar a ser escandaloso. En la última clasificación de los sistemas sanitarios realizada por la Organización Mundial de la Salud, España ocupa el séptimo lugar y Estados Unidos está 30 puestos más abajo, en el 37. Tomar como referencia un país en que para conseguir unos analgésicos, si no se vive en un lugar céntrico, hay que coger el coche y en el que la Seguridad Social apenas cubre a la población y se basa más en el concepto de caridad que en el de solidaridad, no es lo más acertado.

¿Por qué no afrontamos los problemas sin demagogias? Una interpretación errónea de las palabras de la ministra de sanidad ha abierto un debate sobre el copago. En este punto, seguro que las comparaciones con otros países ultraliberales no gustan tanto. Cambiar el sistema de copago es un aspecto que afecta a la financiación del gasto en medicamentos, pero realmente lo que hace falta es disminuir el ritmo del crecimiento del gasto en medicamentos. Esto es imprescindible para poder mantener el nivel de prestaciones sanitarias que recibimos, sin tener por qué perjudicar al ciudadano. Hay que apostar por la puesta en marcha de medidas estructurales que mejoren la sanidad. Una de ellas debe ser la potenciación de la farmacia como establecimiento sanitario; otra, la creación de equipos multidisciplinares de salud que integren a diferentes profesionales sanitarios; también se debe mejorar la atención primaria como manera de mejorar el diagnóstico y la prescripción de medicamentos; tampoco hay que olvidar la importancia de realizar campañas para fomentar el uso racional del medicamento o fomentar la prescripción por principio activo. Estas medidas tendrían a largo plazo efectos mucho más beneficiosos para toda la sociedad en general que la introducción de nuevas formas de copago.

Por último, una conclusión. Antes de fijarnos constantemente en algunos países para cambiar el sistema sanitario y el servicio farmacéutico español, que al fin y al cabo es uno de los mejores del mundo, mejor es trabajar en mejorarlo. La realidad es que pocos sistemas sanitarios son tan eficientes como el nuestro, ni, por supuesto, cubren tan bien las necesidades del ciudadano.

Pedro Capilla Martínez es presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos de España.

Pedro Capilla Martínez es presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Farmacéuticos de España.

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