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OPINIÓN
Columna
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Todo

Los seres vivientes, sobre todo los animales, entre los que se incluye el ser humano, tienen una tendencia digna de estudio a consumir por la vía que sea, tóxicos que alterando su personalidad les sitúe en otras esferas más o menos satisfactorias que las habituales.

Es difícil hacerse cargo de las sensaciones que experimenta una hormiga emborrachándose del líquido dulzón segregado por los pulgones que pastorean en los rosales, o de las ocurrencias gatunas cuando comen hierba loca. Además, qué importa si ni insecto ni felino inciden en las economía nacional agravando el gasto sanitario con sus vicios.

En los naturales envases que contienen las drogas citadas no hay ninguna advertencia como las que van a figurar en los paquetes de tabaco: mata, produce bronquitis, puede potenciar la aparición de cáncer de pulmón y otras terribles y alarmantes premoniciones hechas al fumador.

Eso está muy bien; los responsables de la sanidad tienen el deber de informar a los administrados de los riesgos que corren practicando esa nefasta costumbre, como también deberían, y no se hace, con otras sustancias no menos nocivas vendidas indiscriminadamente en muchos establecimientos.

¿Por qué no imprimir en las etiquetas llamativas que adornan las botellas de licores con nombres desconocidos lo que pasa si se bebe el contenido? Los chicos y chicas practicantes de la movida en el fin de semana, aprovechando la benigna climatología de esta tierra, tienen el mismo derecho que los fumadores.

El alcohol, más si es de mala calidad, produce gravísimos trastornos: cirrosis, pérdida de memoria, alteraciones visuales, enfermedades cardiocirculatorias, disfunción sexual ( la antigua impotencia) y otras muchas, siendo tan necesario prevenirlas como el tabaquismo.

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Cuando el usuario de un vehículo que emplea gasolina o algún otro combustible fósil llene el depósito, no estaría de más que alguien le haga observar que no sólo corre el riesgo de pegarse una torta sino que va a seguir dañando la atmósfera y contribuir a que el prójimo y el mismo contraigan desde mortales tumores de piel por la destrucción de la capa de ozono a penosas dolencias pulmonares.

La señora que compra postres prefabricados, salchichas baratas y otros subproductos: ¿no es posible que en el paquete de plástico en vez de leer nombres impronunciables vea en letras gordas que su familia, al comer semejantes cosas, se arriesga porque conducen a la obesidad, la diabetes, malformaciones de la columna vertebral y precoces padecimientos arteriales?

Eso por no mencionar los aliños y gazpachos conseguidos mezclando vegetales que para que crezcan a toda prisa son artificialmente tratados.

Más de uno pensará que esto es una exageración, pero es así. Probablemente lo que ocurra es que si a los conductores, niños, amas de casa y futuros o presentes alcohólicos de fin de semana se les premiara igual que a los fumadores con vacaciones extras si dejan tan perniciosos hábitos, aquí se iba a liar la parda.

Que informen, avisen, pero por favor, de todo.

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