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Tribuna
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Estar en medio

En las familias de antes, cuando resultaba habitual tener varios hermanos, se decía que lo peor de todo era pertenecer al pelotón, no ser ni el primero ni el último, sino de los del medio. Al mayor le exigían mucho más, pero también destinaban más recursos a cuidar su formación: tanto es así, que en aquel sistema que privilegiaba injustamente a los varones (aún lo hace), hubo mujeres primogénitas que llegaron más alto que ellos. Al último, al llamado benjamín de la casa, lo mimaban, entre otras razones porque los padres ya eran preabuelos y, para entonces, la economía familiar andaba algo más desahogada. Los intermedios, en cambio, sobrevivían a su aire y de milagro. No siempre estuvo preparada la merienda para ellos y casi nunca se encontraron cómodos dentro de la ropa heredada de los hermanos mayores. Pasada la curiosidad del primer hijo, nadie les controlaba, pero, como sus padres estaban empeñados aún con denuedo en la lucha por la vida, nadie les hacía tampoco ni caso.

He aquí una serie de tópicos, de obviedades, que, ahora, casi son noticia de primera plana porque rara es la casa en la que hay más de dos niños, uno del tipo XX y otro del tipo XY, para mayor variedad, a ser posible. Si los traigo a colación es porque ilustran muy a las claras lo que ha pasado y, sobre todo, lo que pasará en el llamado Estado de las Autonomías. Como es sabido, según nuestro ordenamiento constitucional, hay autonomías de primera y de segunda, las del artículo 151 y las del artículo 143, respectivamente. Así lo dispusieron, en efecto, los padres de nuestra Constitución. Hasta que una rebelión de los hermanos intermedios creó el sistema de tres castas vigente: existen las llamadas comunidades históricas (Cataluña, Galicia y País Vasco), que vienen a ser los hermanos mayores, y las comunidades normales, las del artículo 143, pero entre unas y otras se sitúan algunas regiones que alcanzaron los techos competenciales de aquellas por vía extraordinaria. Entre estas comunidades, que tuvieron que reclamar a gritos el chocolate de la merienda, estaba la nuestra.Como los pequeños crecen, ha terminado resultando que la mayor parte de las regiones corren la Vuelta en el pelotón, con lo que el anonimato de la Comunidad Valenciana no ha hecho sino acentuarse. Sin embargo, hasta ahora las reflexiones pesimistas no estaban justificadas. Tampoco todos los hermanos intermedios son iguales. En los últimos veinte años la Comunidad Valenciana ha mejorado la renta per cápita de sus habitantes, próxima ya a la media de la UE, ha crecido espectacularmente el PIB, se han completado grandes obras de infraestructura, se han embellecido los pueblos y las ciudades. ¿Entonces?: que nuestro desarrollo estatutario está parado, que la cuestión de la lengua no hay quien la arregle (ojo: esto no quiere decir que alguna decisión insensata no pueda desarreglarla todavía más). Bueno, nos consolábamos, nadie es perfecto. Más vale ser cabeza de ratón que cola de león. Pero, en esto, que alguien da un tirón en la cabeza de la carrera y ésta se rompe. Lo que parecía suficiente ya no lo es y el grupo de los hermanos intermedios queda sumido en la depresión y en el desasosiego. Es lo que les va a pasar a nuestros políticos y al conjunto de la sociedad valenciana. Ellos, como profesionales de la sonrisa impostada, harán como que no ha pasado nada, aunque la procesión vaya por dentro. Los demás, que no cobramos para eso, ya hemos empezado a encajar el golpe. Sí, lo anterior tiene que ver con las elecciones vascas del domingo 13 de mayo. Mucho se está especulando sobre sus consecuencias. Que si el nacionalismo ha barrido, dicen unos; que, en realidad, no se ha alterado la proporción, cuasi fifty-fifty, entre votos nacionalistas y no nacionalistas, objetan otros. Puede que todos tengan su parte de razón. Lo cierto es que, desde aquel día, resulta inevitable que se reaviven viejas cuestiones pendientes, como la reforma del Senado, y que otros asuntos, entre ellos el de la financiación autonómica, deban reexaminarse bajo una nueva luz.

Malo sería que en este momento crucial no actuásemos como sociedad histórica cohesionada, que es lo que somos, en vez de seguir haciéndolo como confuso tropel de facciones vocifereantes. Históricamente nos pesa una doble carga, la de las banderías decimonónicas, estilo Blasco y Soriano, y la del ambiente absurdo e irrespirable que precedió hace un cuarto de siglo a la aprobación del Estatut. Yo no creo que las reformas que se avecinan vayan a dar al traste con el ordenamiento legal vigente, pero sí estoy seguro de que algo va a cambiar en España. Y, para cuando cambie, a la Comunidad Valenciana se le ofrece una alternativa clara: la de seguir de comparsa o la de participar en el proceso como protagonista.

No estoy haciendo de la necesidad virtud. Ahora los indicadores sociales y económicos nos sitúan claramente como la tercera región española, detrás tan sólo de Cataluña y de Madrid. ¿Seremos capaces de obrar como miembros responsables del grupo de los hermanos mayores? El que hasta este momento hayamos sido un gigante con los pies de barro, una especie de adolescente fuerte y patoso, tal vez fuera inevitable. Ahora podría ser diferente, tiene que serlo. Aunque les parezca mentira, la sociedad valenciana nunca perdonará a sus representantes políticos que hayan sido incapaces de aparcar sus diferencias y ponerse de acuerdo para lo que, claramente, está por encima de ellas. Hay momentos en la vida en los que es preciso elegir entre la comunidad familiar y las convicciones personales en beneficio de la primera. Eso también es propio de los hermanos mayores. Conque ya saben: pensat i fet.

Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)

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