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Columna
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Varados en el lago de la sangre

Continúa la violencia tras las elecciones. De nuevo la gran pregunta: ¿qué debemos hacer? Habrá que recordar, una vez más, lo que considero obvio: que a pesar de que los miembros de ETA actúen desde convicciones políticas, que a pesar de que la violencia de ETA tenga consecuencias políticas, que a pesar de que la crítica de la violencia deba basarse también en razones políticas, la política tiene muy poco que ver con la solución al problema de la violencia. '¡Es preciso que todo ceda ante mí! He ido tan lejos en el lago de la sangre, que si no avanzara más, el retroceder sería tan difícil como el ganar la otra orilla'. Así se expresa el protagonista de La tragedia de Macbeth cuando por primera vez se da cuenta de lo que supone el asesinato del rey de Escocia, ejecutado con sus propias manos para ocupar su trono. Una vez realizado ese primer acto de violencia, Macbeth se sabe preso para siempre de su acción. ¿Cómo pensar, siquiera, en detenerse? Si para alcanzar el poder fue preciso un asesinato, ¿cómo no recurrir de nuevo al asesinato para mantenerse en él? Macbeth sospechaba antes de asesinar al rey Duncan que con ese acto estaba forjando sus propias cadenas: '¡Si con hacerlo quedara hecho...! Lo mejor, entonces, sería hacerlo sin tardanza. ¡Si el asesinato zanjara todas las consecuencias y su cesación se asegurase el éxito..! Si este golpe fuera el todo, sólo el todo, sobre el banco de arena y el bajío de este mundo, saltaríamos a la vida futura! Pero en estos casos se nos juzga aquí mismo; damos simplemente lecciones sangrientas, que, aprendidas, se vuelven para atormentar a su inventor'. Pero nadie le acompaña en su reflexión. Al contrario. Y el sueño del triunfo sobre el presente acalla su conciencia.

El recurso a la violencia genera una situación que la imagen del lago de la sangre refleja perfectamente. Retroceder tras el primer asesinato, volver a la orilla que nunca se debió abandonar, es posible, pero al precio de reconocer la vaciedad política del acto: de nada ha servido el dolor causado. De ahí la tentación de adentrarse en las enrojecidas aguas buscando otra orilla. La violencia ciega, la violencia del psicópata, la violencia cuyo objetivo se agota con la destrucción física de la víctima, con su explotación, con su abuso, no debe cargar con demasiadas preocupaciones. El asesino 'común' no se ve afectado por la preocupación de Macbeth. Le basta con no hacerlo más para tener la posibilidad de abandonar el lago de la sangre. Pero cuando el victimario enarbola objetivos políticos para justificar su violencia cae en una espiral siempre descendente. Mantener la idea de que la violencia es imprescindible para alcanzar determinados logros (también imprescindibles) fuerza a persistir en la violencia. Como sostiene el militar torturador de la obra de Mario Benedetti Pedro y el capitán, la única forma de redimirse frente a su mujer y sus hijos es obtener información, utilizando para ello todos los medios: 'Sólo me sentiré bien si cumplo mi función, si alcanzo mi objetivo. Porque de lo contrario seré efectivamente un cruel, un sádico, un inhumano, porque habré ordenado que te torturen para nada, y eso sí es una porquería que no soporto'. ¿Por qué torturas y matas? Porque es necesario para alcanzar mis objetivos políticos? ¿Por qué sigues torturando y matando? Porque hasta ahora no los he alcanzado y si ahora dejara de hacerlo no sería distinto de un asesino vulgar.

He ido tan lejos en el lago de la sangre que, aún si no avanzara más, retroceder es tan difícil como alcanzar la otra orilla. Pero no hay otra orilla en el lago de la sangre y alentar la creencia contraria sólo servirá para que más y más gente quede finalmente varada en sus bajíos. Son los propios militantes de ETA, arropados por todas aquellas personas que, por una u otra razón (afectiva o ideológica), se sienten cercanos a ellos, los únicos que pueden recordar a cada Macbeth lo que, seguro, él mismo ya sabía antes de dar aquel primer paso: que nunca el asesinato zanja todas las consecuencias, que jamás servirá para saltar al futuro, que simplemente nos ata a un presente sangriento.

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