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Reportaje:

Culpable, ¿pero cuánto?

El jurado delibera sobre la culpabilidad o no de Soledad y el delito de José por la muerte de un camionero en Natzaret

Dos opciones para dos acusados: culpable o inocente. Y una segunda oportunidad en el peor de los supuestos, que la magistrada imponga la menor de las penas. Con esa reflexión cerraron la sesión de ayer Soledad Muñoz y José Muñoz. En libertad ella. En prisión él desde que se entregara el 6 de diciembre de 1998 a la autoridad judicial tras la muerte del camionero Antonio Civantos. Una maniobra habitual con su camión fue el paso previo a una muerte violenta sobre la que planea la tesis del linchamiento. Civantos atropelló por accidente al hijo de Soledad y José, de 22 meses. Y José, ciego por la visión de su esposa llorando con el niño en brazos con la cabeza aplastada acabó con la vida de Civantos.

'No castigar la acción de José es aceptar por bueno que cada uno se tome la justicia por su mano'. 'No condenar al culpable de la muerte de un hombre que también tenía un hijo y una mujer y confesó que le hubiera dado con cualquier cosa es el ojo por ojo'. Ésas han sido algunas de las afirmaciones de las acusaciones particulares.

La defensa, en cambio, destaca que el acusado se entregara y confesara en lugar de huir, 'lo que podía perfectamente haber hecho, lo que todos le pedían que hiciera'. Ha tratado que el jurado viera en él a hombre encaprichado con su último hijo, con un leve retraso mental y auditivo -todos le conocen por el sordo- a quien definen como introvertido y tímido que aparece como preso modelo en Picassent. El letrado, Jaime Sanz de Bremont, ha apelado a la lógica, al sentido común y al sentimiento para que cada uno de los once miembros del jurado, dos de ellos suplentes, se pusieran en la piel de los acusados. Y para hacer más efectista la empatía ha recordado por activa y por pasiva que 'nadie duda de lo injusta que fue la muerte de Antonio Civantos'.

El jurado tiene que contestar a decenas de preguntas, cuya redacción ha sido otro de los episodios duros de superar en el interior de la sala especialmente por las diferencias entre el letrado de la defensa y la fiscal -que provine de menores y se hizo cargo del caso por expreso deseo de Enrique Beltrán, fiscal jefe, y que a veces ha reaccionado 'como una principiante', según Bremont-.

El jurado debe ahora decidir si Soledad, a quien todo el mundo vio siempre con su hijo en brazos, participó o no en la muerte de Antonio Civantos. Ella ha mantenido que no, que sólo se acercó por un momento al lugar de la lucha. Soledad, que va y viene cada día desde casa hasta el Palacio de Justicia acompañada de familiares, que cuenta con la silenciosa complicidad mientras está en el estrado de la abuela, una mujer mayor de moño recogido y mandil siempre lustroso que ha llorado y mirado desafiante a todo aquél que 'ha echado embustes' en el caso.

El jurado tiene peor decidir qué grado de culpabilidad tuvo José. Inocente no puede ser, él mismo ha reconocido los hechos. Los matices, en este caso, suponen años de cárcel. ¿Tenía José afectada su conducta? ¿Cuánto? ¿Nada, poco, bastante, mucho, completamente? ¿Fue el sólo? ¿O participaron otros a los que encubre? Si distingue entre el bien y mal, ¿por qué lo hizo? ¿Por qué no se entregó la noche de los hechos? ¿Le obligaron a esconderse hasta que llegara su abogado? En realidad, la condena de José está en manos de la jueza.

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