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Columna
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Secuestro

Rosa Montero

Escribo esta columna con especial desánimo porque cuenta una historia tenebrosa de un pueblo al que aprecio. Julia Taladrid y Javier Barrios son un matrimonio leonés que montaron en El Bierzo, hace siete años, una Asociación de Ayuda al Pueblo Saharaui. Por entonces se trajeron a España, en las vacaciones de verano, a una niña de 12 años, Aicha Embarek. Cuando terminó el mes estival, la pequeña les dijo que deseaba estudiar. Julia y Javier pidieron permiso a los padres y la chica se quedó. Nunca fue una adopción, aunque conviviera con los hijos del matrimonio como uno más.

El pasado septiembre, Aicha viajó a los campamentos de refugiados de Tindouf en una visita rutinaria a su familia. La muchacha ha cumplido ya 19 años y este año debe comenzar la universidad: está matriculada en Ingeniería Agroalimentaria. Pero en esta ocasión las cosas fueron mal: Aicha telefoneó diciendo que sus padres no la permitían regresar. Preocupados, Javier y Julia se presentaron en Tindouf. Allí la madre les dijo que se encontraba enferma y que Aicha, siendo la mayor, tenía que quedarse a cuidar de sus hermanos. La familia saharaui es extensa y siempre hay gente que puede atender a los pequeños, de modo que el argumento, más que expresar una necesidad práctica, parece definir unos principios de comportamiento. Sea como fuere, Aicha es mayor de edad (aunque en los campamentos saharauis las mujeres no tienen mayoría de edad, pasan del control del padre al del marido) y está siendo retenida en Tindouf contra su voluntad. Cuando Javier y Julia se marcharon, la chica se quedó gritando. En realidad es un secuestro. 'Aicha aspira a ser algo en la vida y ahora no sé qué será de ella, tal vez mañana la casen', dice Julia.

Al parecer, entre los saharauis se están dando últimamente otros problemas como éste. Los jóvenes que han estudiado en España se desesperan al tener que regresar al mísero agujero de los campamentos. El ambiente, me dicen, se está deteriorando por momentos, y en una sociedad rota y sin futuro es muy fácil que triunfe la intolerancia. Todos somos responsables de nuestros actos y también los saharauis tienen el deber de escoger entre lo bueno y lo malo. Pero se lo estamos poniendo muy difícil.

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