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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

"Mi no comprender"

Marcos Ordóñez

Uno. Homenaje a Cataluña ha llegado a Barcelona con el marchamo de una coproducción a cinco bandas: Romea, West Yorkshire Playhouse, MC93 Bobigny y Fórum. El espectáculo se estrenó en Leeds en marzo, se vio en Newcastle y en Bobigny y estará en el Romea hasta mañana. Hay dos adaptadores, Pablo Ley y Allan Baker. Un director debutante, Josep Galindo, tutelado por dos codirectores artísticos (Calixto Bieito y Alan Lyddiard) y tres "coordinadores del proyecto" (Paul Crewes, Suzanne Walker y Antonia Andúgar). Muchas manos para esa mayonesa y mucha tela para tan poca bolsa. En Homenaje a Cataluña se produce una perversa armonía entre emisión y recepción: durante dos horas y media uno se siente como Orwell en Barcelona, sin entender una papa de lo que está pasando. Voy a intentar explicárselo, aunque no sé si tendré mucho éxito. Tenemos a diez actores catalanes y británicos, ya que la función se da en ambos idiomas, con subtítulos. Los subtítulos se proyectan en una gran pantalla donde, a su vez, desfilan imágenes documentales sobre nuestra guerra. Cuesta lo suyo, de entrada, atender a ambas cosas, aunque más difícil resulta seguir lo que sucede en escena: se requiere, digamos, una atención tripartita. Orwell (Craig Conway) se pasea con ojos desorbitados, habla a gritos y luce un permanente aire de extrañeza. A su alrededor, los actores interpretan muy diversos papeles. Lo primero que han colectivizado es el texto. Que nadie sufra, porque hay texto informativo para todos. Dramatización no habrá mucha, pero texto, el que ustedes quieran. Pasa un actor a primer término y recita un fragmento, mientras los demás, al fondo, levantan puños, acarrean botas y cubos, mueven cosas, y de cuando en cuando tocan la corneta o cantan canciones revolucionarias. En esto hay algo mágico, porque cuando están al fondo se comportan como figurantes de Por quién doblan las campanas cruzados con los clowns de Oh What a Lovely War, pero al entrar en foco hablan "en Orwell", con todo muy bien escrito. Según esta adaptación, cualquiera pensaría que los anarquistas no perdieron la guerra por culpa del fascio o de Stalin, sino porque eran tontos de baba. Es cierto que Orwell no los pintó con excesivas luces, pero aquí se ha primado la bobería -digo yo que por sus supuestos efectos cómicos- ante el coraje, que también lo hubo, y a modo. También la bobería se ha colectivizado, porque para culminar el concepto "la guerra es un caos", una brigadista (Jane Arfield) recita el famoso monólogo de Gila (¿Es el enemigo?), que interpretado en inglés suena como una pura sarta de sandeces. Podría pensarse que cosas así han sido ocurrencias sobre la marcha, si no fuera porque, según cuentan, el proceso de trabajo ha durado casi un año. Poco después de lo de Gila, los milicianos se anticipan a Stomp golpeando cacerolas y todo lo que pillan, mientras uno rasguea una guitarra eléctrica y otros dos aúllan consignas en clave de punk-rock: la sombra de Bieito siempre es alargada. Cuando ya parecía imposible tomarse algo en serio, llega una estupenda escena para cerrar la primera parte: el avance en la noche hacia la trinchera fascista, un poco modelo Escuadra hacia la muerte, pero muy bien escrita y notablemente dirigida por Galindo, creando una verdadera atmósfera de tensión bélica.

Dos. Dura poco la alegría, porque la segunda parte multiplica las cotas lisérgicas. Para ilustrar la "reburguesización" de Barcelona tras la jarana inicial, todos los personajes aparecen vestidos de tiros largos. Muy largos, larguísimos, como si Orwell se hubiera colado en La caduta degli Dei. De hecho, Orwell aparece metido en una bañera repleta de naranjas, imagen que debe simbolizar algo que se me escapó. A Orwell le han pegado un balazo en el cuello, así que cabe la posibilidad de que todo sea un mal sueño provocado por la fiebre. Hay un señor que toca un saxo y un travesti que canta coplas subido a una silla, y al que luego dejan allí sentado, con un sombrerito y la cara cubierta con un paño. Como el travesti es Dani Arrebola, el mismo actor que encarnaba al miliciano más corto del grupo, y lo interpreta igual pero con ligas, mi confusión subió varios enteros. También aparece otro señor al que torturan sobre una mesa de restaurante con un cuchillo de ídem. Poco más tarde (o mucho más tarde, ya no sé), alguien canta Les feuilles mortes. El que chupa más plano es un sobreactuadísimo Mingo Ràfols, haciendo de malo de película mexicana: cabeza rapada, bigotito canalla, voz untuosa y traje blanco; sólo le falta el sombrero Panamá y acariciar un gato de angora. ¿Qué personaje será ése? ¿Un comisario soviético que ha asaltado el Sepu? ¿Agustín de Foxá? ¿El Super Ego de Orwell? ¿El Doctor Maligno? En esta segunda parte, si nos olvidamos de todo el delirio estético-escenográfico y renunciamos a entender el enfrentamiento entre el PSUC y el POUM, que ya es renunciar, flota un sugestivo clima de amenaza, y aflora, más vale tarde que nunca, una línea dramática: Orwell y su esposa tratando de salvar a su amigo y camarada, el comandante Kopp (Miquel Gelabert, el más convincente del reparto), víctima del complot estalinista. Esto nos lleva a la Segunda Mejor Escena de la función: el laberinto burocrático que atrapa al protagonista, y el precioso remate del comunista avergonzado (Ràfols de nuevo, al fin sobrio) que le estrecha la mano. Destellan también dos buenos monólogos: el de Chantal Aimée levantando acta de la desolación en un cuerpo herido y la descripción del retorno de Orwell a Inglaterra, el mejor momento actoral de Craig Conway, que te impulsa a correr a casa y abalanzarte sobre el libro.¿Me creerán si les digo que en Pablo Ley y Josep Galindo hay un buen dramaturgo y un buen director, cuando se desembaracen de tanto lastre modelno y suban a la superficie para atrapar con los dientes alguna verdad, clara, sencilla y poderosa, como las dos o tres que aquí han pillado?

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