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Columna
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Desde mi sensibilidad

A partir de hoy seré una escritora sensible. Y no lo hago por gusto, que conste, sino porque yo también tengo que pagarme las copas. Lo he visto claro después de que la consejera de Cultura, Caterina Mieras, haya explicado su política en el área del libro. Ha dicho (cito textualmente) que dedicarán los recursos que destinaban al soporte genérico "a programas de edición de literatura sensible: poesía, ensayo, drama, etcétera".

Digo yo que, al decir "drama", Mieras se refiere al teatro en general. Eso significa que, de los géneros literarios, los no sensibles son precisamente los míos: la novela y los cuentos, a no ser que estén incluidos en el "etcétera". Pero, si fuese así, todos los géneros literarios serían sensibles y no habría hecho falta especificar. Por tanto, mi duda es: ¿cómo saber si las poesías, ensayos, dramas, etcétera, que escribiré a partir de ahora son sensibles y por tanto dignos de recibir recursos? ¿A qué se refiere Mieras exactamente cuando usa el adjetivo sensible? No creo que quiera decir minoritario porque entonces habría dicho minoritario. Sensible, según la RAE, es lo que "causa o mueve sentimientos de pena o de dolor". De acuerdo. Pero ¿por qué causa o mueve sentimientos de pena o dolor la poesía, el ensayo, el drama, etcétera? Puede ser por dos motivos: por su triste situación en el mercado cultural o bien por su contenido. Si fuese por su triste situación en el mercado cultural, querría decir que es porque no tiene lectores. Pero eso no es del todo justo. No tener lectores no siempre es símbolo de calidad. Además, hay poemas, como los de Martí i Pol, que tienen más público que muchas novelas o cuentos, y desde luego, los ensayos de Salvador Cardús, el doctor Corbella, el doctor Estivill y el sexólogo Bolinches se venden como rosquillas. No digo que nuestros ensayistas de éxito no necesiten los recursos del Departamento de Cultura, pero si yo fuese ellos me los gastaría en contratar a un buen asesor fiscal.

Puede ser, claro está, que la literatura sea sensible por su contenido. Y por eso tengo dudas a la hora de enfocar mis futuros poemas, ensayos, dramas, etcétera. Si escribo un ensayo sobre el humor, ¿pillaré recursos porque es un ensayo a pesar de que no sea dramático? Si hago una comedia en verso, ¿será sensible en cuanto poema a pesar de no dar pena? Y si escribo un ensayo sobre el Institut Ramon Llull, ¿será o no será sensible? ¿Dependerá de si hace llorar o reír a mis lectores? Pues sí que estamos apañados. Todos conocemos ejemplos de autores sensibles que escriben sus metáforas para conmover, pero el populacho, siempre tan indocumentado, las encuentra graciosas. Ustedes, con su tendencia al ji ji-ja ja, pueden provocar el hambre de muchas mujeres solas como yo.

Sí, claro, la solución es que nombren a un funcionario encargado de evaluar la sensibilidad de nuestras poesías, ensayos, dramas, etcétera. Pero ¿qué criterio seguirá? ¿Y de qué partido lo pondrán? O tal vez nombren a una mujer o a un gay por aquello de la cuota y por aquello de que -según he leído en un ensayo- tenemos más sensibilidad. De hecho, sería un trabajo ideal para mí, que soy una persona de consenso. Y que yo sea arte y parte no tiene que interferir en mi labor entregada al país. Prometo que no voy a favorecer a mi obra ni a la de mis amigos ex novelistas, ex cuentistas o ex articulistas que, de repente, sienten un extraño fervor, una llamada de las musas hacia la poesía, el ensayo, el drama, etcétera.

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