_
_
_
_
_
Tribuna:PAÍSES, PAISAJES Y PAISANAJES
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Diseñar un gato como si fuera una liebre

En un tiempo lejano, cuando el pan era barato y el agua del grifo podía beberse, la gente del mundo vivía permanentemente atemorizada. Hordas de indeseables y asesinos se dedicaban a saquear e incendiar los pueblos. Pero un buen día, campesinos y ladrones llegaron a un trato. Éstos defenderían a aquéllos de otros malhechores, a cambio de su sumisión y pingües beneficios. La extorsión y el chantaje se convirtieron en política. Nacieron así los ejércitos, los estados y la policía. Los más feroces de entre aquellos bárbaros se hicieron reyes y, con el tiempo y un mandoble, presidentes. Los que llegaron tarde a la rebañina tuvieron que conformarse con ser generales, cabos chusqueros o soldados de a pie.

Grosso modo, éste es el argumento del cortometraje titulado Los guerreros de Xian. Porque de eso se trata. Estos enormes Madelmans con cara de mal rollito de primavera son como un montadito de historia, como una tapa de diseño. Tanta publicidad y tanto interés, para ver dos docenas de Airgam Boys a lo bestia. Y no es que la exposición de marras carezca de interés. Resulta ciertamente coquetona. Pero en absoluto justifica la expectación con que fue presentada. Olvidando que es un material ya visto en parte en nuestra ciudad, la magnificencia de estas joyas arqueológicas queda empañada por lo pequeño, escaso y simple de lo visto. Apenas un vídeo y un par de salas, con unas 20 piezas. Abulta mucho más cualquier cartel de los que anuncian el evento que lo que uno puede ver al natural. En vez de guerreros en fila, espejos para multiplicar su número. En vez de una muestra sobre el pasado de China, una colección de objetos que poca cosa nos dicen. Una atracción de feria que recuerda a las casetas de atracciones, en consonancia con lo que puede verse en el recinto del Fórum. Metros y metros de nada. De menos que nada, de asfalto. Un espacio a medio camino entre Ikea y una plaza dura. Repleto de tiendas y puestos de comida rápida, de puntos negros que huelen a depuradora y cuya utilidad futura sigue siendo una incógnita.

Nosotros sí que nos estamos quedando de terracota ante tanta simpleza disfrazada de complejidad. Pensábamos que el fundamento de la cultura estaba en la educación artesanal de las personas, en las distancias cortas, y no en los supermercados culturales de grandes superficies que banalizan todo lo que muestran. Cultura a peso, de oferta, de rebajas, de temporada, cultura para el nene y la nena, cultura de palomitas de maíz y, ya puestos, de palomitas de la paz. Esperábamos algo más de los revolucionarios del 68 que han llegado a puestos de poder y responsabilidad. De acuerdo, el diseño es cultura, pero la cultura es mucho más que diseño. No vale diseñar un gato como si fuera una liebre, salvo que se quiera gastar una broma muy cara. No es de extrañar que el ciudadano esté haciendo mutis por el foro, como si el ciudadano se chupara el dedo, con lo que le ha caído en estos últimos años. Nuestros políticos nos están vendiendo tanto humo que nos están asfixiando y empiezan a llorarnos los ojos.

Los visitantes vagan por el recinto; los artistas transmiten desánimo; los escolares parecen jubilados, los jubilados, escolares; un guardia de seguridad nacional se pone a bailar un ritmo oriental, y hasta el mar parece traído ex profeso de algún lejano océano. Todo está fuera de contexto, con lo cual es difícil comprender su sentido. Un montaje cada vez más cuestionado, que intenta vendernos como una gran victoria ciudadana el que podamos comernos un bocata sentados en un banco de una plaza de pago que se hace pasar por pública. Y es que Barcelona y yo somos así, señora.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_