_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Francia

Hay un más allá y está muy cerca: Francia. Hace apenas cincuenta años nadie necesitaba mencionar ese espacio porque cualquiera que tuviera interés por la cultura o la libertad pensaba en París. En estos años, sin embargo, tras el rápido ascenso económico español y la llegada de la democracia, parece que ya lo tengamos todo. Vana ilusión: significativamente España ha dado un salto tan grande en el producto interior bruto que se ha saltado brutalmente la plantación cultural. Un menú de un obrero en París vale casi lo mismo que en Madrid pero la formación escolar entre ambos va de uno a tres tenedores. ¿La televisión? ¿La radio? También en Francia hay telerrealidad, concursos infames y consultorios radiofónicos sobre las virtudes del clítoris pero, a su lado, abundan las tertulias de alta calidad, los debates que mejoran la dignidad del receptor, y un lenguaje, en general, que denota el buen efecto de la enseñanza. Si en Estados Unidos es inconcebible un presidente ateo, en Francia sería impensable un político que se expresara mal. Efectivamente, los franceses se quejan de la degradación pero cuando se oponen con ahínco a las invasiones bárbaras y blanden la "excepción cultural" no sólo actuan como chovinistas sino como seres cabales. En otro tiempo, los Pirineos constituían un inmerecido obstáculo contra la libertad y el conocimiento. Ese encierro político ha desaparecido pero lo que hoy nos aparta de Francia es, sobre todo, la diferencia inmaterial, la destartalada calidad de una escena donde no se sufre la pandemia de la menudencia política, los superpringues de la salsa rosa o el fútbol en todas las emisoras simultáneamente como si no hubiera ningún interés mayor; o igual. El espacio francés del más allá hace pensar todavía en la cultura como un bien sólido que procura, como la salud, sustanciosas mejoras individuales y colectivas. España ha crecido mucho materialmente y gracias a los fondos comunitarios venidos también de Francia. Lo que no ha podido este socio, ni ningún otro, es contagiarnos su método educativo para paladear los mejores artículos del espíritu. Zapatero prometió -no lo olvidamos- "una España de la cultura". Pero ¿cómo? ¿cuándo? ¿a partir de qué nuevo impulso redentor?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_