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CONMEMORACIÓN DE LA FIESTA NACIONAL

"¿Y aquí cuándo pasa la División Azul?"

La mayoría del público siguió el desfile con entusiasmo militar, ajeno a la polémica

Carlos E. Cué

Pasan rápido, aunque son 3.500 militares. El desfile se acaba, y un señor mayor se impacienta: "¿Oiga, y aquí cuándo pasa la División Azul?", pregunta al aire. Una joven entiende el despiste, y le explica. "Caballero, esos pobres ya no pueden desfilar ni nada, por favor. Sólo hay uno de ellos, allí al fondo con los Reyes [el público no puede ver el centro de la ceremonia ni con prismáticos], y allí se va a quedar". Con excepciones como ésta, los miles de ciudadanos que se acercaron al paseo de la Castellana seguían el desfile con un entusiasmo militar ajeno a la polémica que se vivía en las tribunas.

Sólo más tarde, en la televisión, pudieron ver el ligero desencuentro entre Luis Royo, veterano republicano que participó en la liberación de París, y Ángel Salamanca, que luchó en la División Azul. "Nosotros luchábamos por la libertad, vosotros ayudábais a los nazis", espetó Royo. "No es momento de discusiones", zanjó Salamanca, en medio de la tensión. Royo contaba más tarde ante las cámaras que le será muy difícil explicar a sus amigos de París "qué hacía con uno de la División Azul".

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Los ciudadanos de a pie se limitaban a disfrutar del desfile. Tampoco les preocupaba, por ejemplo, la inusual presencia del presidente de la Generalitat de Cataluña, ahora Pasqual Maragall. Y eso que Defensa había repartido un paquete patriótico que, además de una banderita española y una cadena roja y gualda para llevar el móvil, contenía un tríptico donde podían leerse dos artículos de la Constitución: el 30, "los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España", y el 2, "la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas".

La única polémica que triunfaba en el parterre era la de la ausencia de la bandera de EE UU. Algunos ironizaban contra la decisión del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. "Este año dicen que en vez de EE UU desfila Gadafi", comentaban unos jóvenes. Un grupo de veinteañeros, estudiantes de una escuela militar, apoyaba la decisión. "Somos europeos, y tenemos que estar con los europeos", sentenciaba uno de ellos con el asentimiento general.

Otros, muy pocos, llevaban enormes banderas estadounidenses. Como Tomás García, apostado cerca de la plaza de Cibeles, que lo explicaba así: "Me parece muy mal lo que hemos hecho. Nos estuvieron sacando las castañas del fuego como aliados contra el terrorismo y ahora los hemos dejado con el culo al aire. No es justo. Defensa ha decidido no sacar la bandera de EE UU, así que la traigo yo, que además soy mitad americano, mitad español".

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La presencia de un soldado supuestamente de origen subsahariano entre los integrantes del desfile causó cierta sorpresa. "Mira, mira, los inmigrantes, que se han incorporado al Ejército", le comentaba un joven apostado cerca de la plaza de Colón a un compañero. "No hombre, no seas bruto, ésos son los franceses, ¿no ves la bandera que llevan delante?", respondía el otro al paso de la división heredera de la que tomó París en 1944.

Las mujeres militares también causaban, todavía, alguna sorpresa y comentarios. Sobre todo entre los novatos, especialmente los centenares de inmigrantes que se acercaron con sus hijos a disfrutar de un día de fiesta entre tanques y aviones de combate.

El mayor éxito, los aplausos más fuertes, como casi siempre, se los llevó la Legión, con su particular paso acelerado (el doble de lo normal), que hacía sudar visiblemente a sus miembros, y sus camisas abiertas hasta el esternón. Hubo incluso algún forcejeo para poder ver a la famosa cabra, y mucho enfado entre quienes se perdieron su torpe pero rápido correteo.

Manuel Fraga (a la izquierda), presidente de la Xunta, saluda a Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat.
Manuel Fraga (a la izquierda), presidente de la Xunta, saluda a Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat.ULY MARTÍN

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