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Columna
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Nueces ruidosas

La estrepitosa confrontación entre Esperanza Aguirre -presidenta de la Comunidad de Madrid- y Alberto Ruiz-Gallardón -alcalde de la capital- a cuenta del próximo Congreso regional del PP no es el único conflicto orgánico -aunque sí el más grave- de los populares. Tras el 15º Congreso nacional (el Congreso de la Derrota), las asambleas territoriales buscarán durante las próximas semanas la solución o el alivio a las peleas abiertas o a las tensiones soterradas no sólo en Madrid sino también en Galicia, Valencia, Asturias, Andalucía, Extremadura, Cantabria, Cataluña y Aragón: el secretario general, Ángel Acebes, intentará forzar listas únicas de integración allí donde resulte posible, o apadrinará una candidatura oficial cuando el arreglo por fuera sea rechazado.

No se trata, en verdad, de una crisis menor: los electores no perdonan las luchas faccionales, las broncas internas y las ruidosas algarabías dentro de los partidos. Madrid, Valencia y Galicia son los principales graneros de voto del PP: las tres comunidades juntas aportaron el 14-M a la candidatura de Rajoy 3.600. 000 sufragios (sobre 9.600.000) y 46 diputados (sobre 148). Acebes resta importancia al temporal madrileño con el lenitivo comentario de que la pelea entre Aguirre y Ruiz-Gallardón encierra más ruido que nueces: también el contramaestre del Titanic puso al mal tiempo buena cara ordenando que la orquesta continuase tocando amables melodías mientras el transatlántico se iba a pique. No parece, sin embargo, que el conflicto desatado hace ocho días sobre los blancos manteles de una cena tenga visos de amainar; resulta altamente improbable que el apasionado contraste de pareceres entre Acebes y Ruiz-Gallardón durante la recepción de ayer en el Palacio Real tuviese por objeto -como ha sostenido con su insolente descaro habitual el portavoz del PP, Zaplana- la mala clasificación en la Liga del Real Madrid.

El secretario general del PP entreabrió la caja de los truenos para recordar ominosamente a Manuel Cobo -vicealcalde de Madrid e indeseado candidato a la presidencia regional del PP bajo el patrocinio de Ruiz- Gallardón- que "los personalismos no salen gratis" y el precio a pagar por apartarse de la fila es alto. Esa amenaza apenas velada muestra las abismales diferencias existentes entre las palabras que las cúpulas de los partidos melifluamente dicen y las cosas brutales que hacen cuando los militantes se toman al pie de la letra el carácter formalmente democrático -en conformidad con el artículo 6 de la Constitución- de sus estatutos. En el plano de la teoría, las bases eligen libremente a los dirigentes; en la práctica, sin embargo, las candidaturas oficiales son precocinadas por los estados mayores y servidas desde arriba como dieta obligatoria a los militantes. Excepciones como la del 35º Congreso del PSOE no hacen sino confirmar la regla.

La discusión sobre el papel necesariamente alternativo o meramente complementario de las ambiciones personales y de las convicciones ideológicas en la pelea por ocupar la cúpula del PP madrileño no agota los temas de la agenda. La disonancia entre el correligionario preferido por los militantes y el candidato mejor considerado por los electores juega un papel primordial en el conflicto. A Ruiz- Gallardón no le falta seguramente valor para enfrentarse a campo abierto en el Congreso regional con Aguirre; le sobra probablemente la exquisita soberbia de despreciar a su eventual contrincante. Mientras que Ruiz-Gallardón es un refinado político florentino, Aguirre parece una profesional del poder simpática, extravertida y directa; sin embargo, se ha convertido -tal vez a su pesar- en el mascarón de proa de una peña de antiguos izquierdistas deseosos de traer a España el evangelio antes neoliberal y ahora neocon. Finalmente, el PP madrileño no ha despejado aún las dudas sobre sus eventuales conexiones en materia de corrupción con los socialistas tránsfugas que le regalaron el Gobierno de la Comunidad el pasado año.

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