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LOS JUEVES, INVITADO
Columna
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Verdades excesivas

Puede que el impacto y la trascendencia de cualquier nuevo ingenio humano se midan por su capacidad para escandalizarnos. Cada nueva forma de energía, cada incipiente tecnología, cada nuevo medio de comunicación han confrontado a la sociedad con valores que se consideraban inmutables. La fotografía nos aporta un ejemplo fehaciente, del que ahora se hace eco la exposición Controversias: una historia jurídica y ética de la fotografía, presentada, junto a una publicación monográfica, en el Museo del Elíseo en Lausana.

Nacida de un maridaje entre el arte y la ciencia, la fotografía no ha cesado de sacudir conciencias hasta límites que muchos han considerado intolerables. En un principio, algunos la consideraron pecaminosa y hasta diabólica por duplicar la imagen del mundo con una perfección tal que estaba reservada en exclusiva a la mano de Dios.

Tanto el trasfondo de ese anatema como el de las reprobaciones que siguieron mantenían un argumento común: la imagen fotográfica transmite un exceso de verdad y ese exceso se hace a veces insoportable. Muchas de las imágenes de Controversias no tendrían ningún sentido de haber sido dibujos y no fotografías, y desde luego no habrían resultado polémicas. El dibujo se asocia a una interpretación subjetiva, acaso exagerada o tergiversada; la fotografía, en cambio, se asocia a un puro reflejo de lo real.

La cruda mano cercenada del brazo, otrora de una víctima del 11-S, o el procaz desnudo frontal de una cría apenas púber nos impresionan porque afectan a algunos de nuestros grandes y pequeños tabúes. La fotografía nos indica que eso no son situaciones meramente fantaseadas, sino que tuvieron lugar de verdad frente a la cámara. Se trata del poema de la fotografía que Barthes evocaba con tanta insistencia: "Esto ha sido", frente a una fotografía no podemos sustraernos a esta evidencia. Aunque puede suceder que la cámara nos defraude cuando no colme nuestras expectativas de verdad, el exceso de realismo hace que toda fotografía contenga una cierta cualidad pornográfica: provocación visual, mostración directa y abierta, cruda y procaz. Y entonces nos duele ver lo que pretendíamos mantener velado.

La cuestión, por tanto, deriva en las políticas de la visión: ¿qué se puede mostrar? ¿Qué es legítimo dar a ver? Y lo que es más importante: ¿cómo calcular los efectos y las consecuencias? Regular la gestión de lo mostrable atañe, pues, a la ley, a la cultura, a la deontología, a la ética, a la religión y al sentido común.

Por desgracia, todos esos ámbitos son de mal ajuste entre sí y en los inevitables desencuentros siempre ha sido la legislación la que ha quedado rezagada: no en balde la sociedad suele evolucionar al ritmo de los conservadores, aunque sean los más avanzados quienes fijen la hoja de ruta. De ahí que el progreso requiera de conflictos, de pleitos, de controversias y de debates como aquellos que las fotografías parecen estar destinadas a inducir. Y de ahí también que el escándalo sea moneda corriente entre las estrategias del arte.

Administrando esa sobredosis de verdad, a la fotografía le cabe actuar como un termómetro de nuestras vidas allí donde la construcción del espíritu se encuentre en juego. Allí donde se diriman libertades, información y sensibilidad. Alguien tan lejos de la filosofía como cerca del poder, Bill Gates, ha afirmado: "Quien controla las imágenes, controla los espíritus".

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