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Columna
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Un gato gallego

Luis Buñuel no era gallego pero sí surrealista, lo que viene a ser lo mismo. Cuando decidió dedicarse al cine, el séptimo arte ni siquiera balbuceaba porque era mudo. En su primera película, Un perro andaluz, Buñuel decidió dejarlo también ciego con una navaja barbera. El ojo cortado en primer plano es, en realidad, el ojo de una vaca muerta. Nunca estuvo el arte de los efectos especiales más cerca de Galicia. ¡Trucos tiene el cine que farán falar ás pedras...! El título de la película que Buñuel escribió con Dalí (que, a pesar del nombre, era de aquí porque también era surrealista) siempre fue un misterio. Entienden los entendidos que se trataba de una asociación de ideas parecida a la de la escritura automática. En la película no aparecía ningún perro andaluz, ¿por qué, pues, poner ese título tan anticomercial? Bien es verdad que, in illo tempore, la comercialidad del cine se entendía de otra manera y en esta ocasión se trataba de escandalizar al burgués francés que estaba tan acostumbrado a hacer suyo todo lo que se meneaba por el mundo que hasta llamó Charlot a Charles Chaplin.

La Galicia surrealista no se conforma con la escritura automática, a veces escribe a mano

La Galicia surrealista no se conforma con la escritura automática. A veces hasta escribe a mano para contar su propia historia. Los japoneses, que tienen un cableado cerebral parecido al de los gallegos, tienen sus particulares leyendas sobre todo lo que acontece en el País del Sol Naciente. Galicia, que es el País del Sol Poniente, las hace suyas, las aumenta o disminuye según le viene en gana y anota comentarios al margen para explicarse a sí misma robando a sus antípodas le enjundia de su anecdotario.

Hay una historia nipona en especial que nos viene al pelo para explicar nuestra identidad nacional y el error que cometió Buñuel con Un perro andaluz. Érase una vez una pareja de ratas ricas que se ven bendecidas con la llegada de una hija que resulta ser (imparcialmente) la ratita más guapa del mundo. Los padres deciden casarla con el mejor marido del mundo y el elegido es, ni más ni menos, que el mismísimo Sol. El Sol agradece el honor pero dice que hay alguien superior, el Nubarrón. Cuando hay nubes el Sol desaparece, como bien sabemos. (Aquí la historia se acerca a Galicia, por si cabía alguna duda). El Nubarrón declina la oferta en favor del Viento que es capaz de barrerlo del mapa. Pero, hete aquí, que el Viento también se escaquea (esto del matrimonio interracial no debe estar bien visto en Japón) en favor del Muro, el que detiene su marcha. Preguntado el Muro -y ante el asombro de los padres de la ratita más hermosa- éste les dice que hay alguien más poderoso que él y ese ser es la rata, que puede roer su base hasta agujerearla y pasar fácilmente a través de su cuerpo.

Flipando por colores, los padres y la ratita vuelven hacia casa con la mente esclarecida y la intención de casarla con el vecino (también rata y, al parecer, buen chaval) y dejarse de tanto mamoneo matrimonial. Trotando de alegría, la familia rata volvió dando un rodeo por Galicia. Tan distraídos estaban pensando en los preparativos de la boda que un gato negro gallego se abalanzó sobre ellos. Y no, no se los zampó, pero jugó con ellos hasta liquidarlos. Ese día, el Sol, el Nubarrón, el Viento y el Muro -y alguna que otra rata que pretendía abandonar el barco nipón- se empadronaron en Galicia para votar en las próximas elecciones. El gato negro gallego las iba a ganar según todas las encuestas (era superior a todos) y malo sería que no cayera alguna consellería o un puesto apañado en la Administración autonómica para tan ilustres personajes que, eso sí, hicieron pacto de silencio sobre las razones que les impulsaban a ello.

Luis Buñuel y Salvador Dalí (que bien merecían haber sido de aquí) escogieron un perro empadronado en Cádiz para dar título a su película. ¿Error? Vaya usted a saber. Probablemente nunca conocieron esta historia galaico-japo y por lo tanto tampoco supieron que, un día de mala pata, al gato le picó una garrapata y lo mandó al cielo de los animales. ¿Quién iba a ganar las elecciones...? Sólo la picadura de un mal bicho puede acabar con un gato gallego. Pero eso ya es otra historia. julian@discosdefreno.com

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