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La policía teme que los disturbios racistas se extiendan a otras zonas del Reino Unido

Ramón Lobo

Tres noches consecutivas de inu-sitada violencia racial han convertido a Oldham, un distrito al norte de Manchester, en el asunto central del debate electoral en el Reino Unido. El primer ministro británico, Tony Blair, acusó ayer al neonazi Frente Nacional de provocar los gravísimos altercados de la madrugada del domingo, en los que cientos de jóvenes de origen asiático se enfrentaron, cóctel mólotov en mano, con la policía, a la que acusan de proteger a los cabezas rapadas. Pero Blair ha ido más lejos al advertir a las minorías raciales de que los ataques contra la propiedad privada o la autoridad van en contra de las leyes y las costumbres del país.

Las calles de Oldham duermen de día: apenas algunas personas, blancos, paquistaníes o bengalíes, deambulan por las aceras, compran en las tiendas sin cristales o intercambian información en voz baja sobre los millonarios destrozos de los últimos días. De noche, esta pequeña ciudad se transforma en un campo de batalla: cientos de policías antidisturbios se mueven a pie o en vehículos para evitar nuevos altercados. El ruido de los rotores de los helicópteros y sus focos alumbrando los tejados aumentan la sensación de cerco. Decenas de jóvenes de origen asiático se arraciman delante de sus casas con el fin de defenderlas de los posibles ataques de las bandas del Frente Nacional. Casi nadie quiere hablar; hay miedo y mucha tensión en un ambiente cargado de odios, resentimiento e incomprensión mutua.

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Noche de incidentes

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En la madrugada del martes, tras dos noches de incidentes, una cincuentena de cabezas rapadas atacaron una casa de una familia paquistaní. La rápida intervención de los agentes aplacó el ánimo. De los 21 detenidos, 18 son blancos; todos extremistas. La policía sostiene que los militantes del Frente Nacional llegados desde Londres han abandonado Oldham, pero teme que regresen el sábado debido al eco logrado en los medios de comunicación.

El jefe de la Policía en Oldham, Eric Hewitt, mantuvo ayer reuniones con los líderes locales de todas las comunidades para restablecer la confianza, aunque admite que se trata de un trabajo casi imposible. 'Uno de nuestros problemas es que no logramos transmitir el mensaje a los jóvenes, que no nos ven como una fuerza neutral al servicio de la comunidad', asegura en su despacho en el centro viejo de Oldham.

El cuartel general de Hewitt es un hervidero de órdenes, contraórdenes y turnos de trabajo. Se preparan para una cuarta noche de patrulla. 'Creo que lo peor ha pasado, pero allí siguen las mismas causas. Lo ocurrido en Oldham estos días se puede repetir en cualquier momento y en cualquier parte', asegura el jefe policial.

En Waterloo Road, en pleno gueto asiático, nadie da por finalizados los disturbios. Algunos vinculan a la policía con los radicales y utilizan el teléfono móvil para estar alerta. En la calle, las miradas se clavan en el blanco, no importa qué blanco: todos son sospechosos de racismo.

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