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Reportaje:NAUFRAGIO EN GALICIA

Un golpe de mar que costó 10 vidas

Los técnicos creen que el océano se tragó el 'O Bahía' y a sus tripulantes en "cuestión de segundos"

La noche que se hundió el O Bahía, a Paco Galiñanes casi le naufraga el corazón. El pesquero que Galiñanes había encargado construir en 1999 ya no era suyo desde hacía dos años. Lo vendió precisamente porque el mar estaba acabando con su resistencia cardiaca. Pero a bordo del O Bahía navegaban buenos amigos y algo muy íntimo se sumergió con aquel barco en el que Galiñanes había invertido sus ahorros antes de caer enfermo. Un golpe de mar, seco, brutal, instantáneo, se llevó en unos segundos la vida de 10 marineros. El efecto expansivo alcanzó desde las aguas furiosas de la Costa de la Muerte hasta la placidez de la ría de Arousa, directo al corazón de Galiñanes, que desde aquella noche sigue en el hospital.

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De todos los tripulantes, el que más unido estaba a Galiñanes era el maquinista, uno de sus antiguos hombres de confianza, Antonio Domínguez Baúlo, convecino de Cambados (Pontevedra). El lunes pasado hubiese cumplido 53 años. Sobre las ocho de la tarde del pasado día 2, la hora aproximada del hundimiento, Domínguez llamó desde el barco a su esposa por el teléfono móvil. "Mañana llegamos a Vigo y el viernes estaré en casa", anunció Antonio, que llevaba un mes y medio embarcado, pescando anchoa en el País Vasco.

La mujer dice que oyó gritos y una especie de estruendo antes de que se cortase la comunicación. Trató de devolver la llamada, pero ya no había línea. Tampoco se preocupó en exceso. La telefonía móvil falla mucho en el mar, y el ruido de fondo es constante. Para el resto de su vida le quedará la duda de si aquello fue lo último que dijo su marido.

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Antes de que le faltase la salud, Galiñanes se había hecho construir un barco nuevo cuando se cansó de los peligros e incomodidades de los cascarones de madera. El último lo había quebrado tras embestir por descuido contra un pequeño faro de la ría de Arousa. Entonces encargó un flamante barco de acero, con comedor y duchas para la tripulación. Un buque que aguantase las embestidas y capaz de mayores aventuras que la pesca en la ría. Lo bautizó O Bahía, como uno de sus anteriores barcos. Cuando su corazón le reclamó en tierra, Galiñanes encontró comprador para el pesquero. Dejó el barco en buenas manos, las de Hermindo Castro Veiga, un patrón y armador de Redondela, de 46 años, casado y con dos hijos, un tipo que escondía su nobleza tras una apariencia brusca y chillona. Marinero desde los 14 años, Hermindo enarbolaba el orgullo de su oficio y proclamaba a los cuatro vientos que su mundo era la mar. También él quería superar la etapa de los barcos de madera y de la pesca de bajura. Perseguía un sueño, como lo llamaba él. "Era lo más opuesto a un conformista", afirma Julio Alonso, amigo y camarada de los días de lucha contra el chapapote del Prestige. "Luchaba sin descanso y se dejaba oír en todas las asambleas", recuerdan en la cofradía de Redondela. El O Bahía, que adquirió en 2002, le permitiría navegar hasta el Cantábrico para la costera de la anchoa. Allí, si la campaña se da bien, los marineros -que cobran en función de las capturas-, pueden ganar 3.000 euros en un mes.

Tras la venta del barco, Antonio Domínguez, el maquinista de Cambados, decidió quedarse en el O Bahía por la personalidad de Hermindo. "Le encantaba trabajar con él, y toda la tripulación estaba muy unida con el patrón", cuenta Anselmo, un hermano de Antonio. "Eran un equipo", ratifica Alonso. Lo demostraron cuando la semilla negra del Prestige puso en peligro su ría. El O Bahía fue de los primeros en echarse al mar para detener el fuel con los ingenios improvisados por Hermindo.

Con él estuvo su gente de siempre, vecinos de cepa marinera como el fiel timonel, Jaime Migueles, de 51 años, o Antonio Sánchez Cobián, de 42. También las nuevas generaciones, la de Enrique Díaz, de 37, e incluso la de José Antonio Andreu, el más joven, con 24 años. El abuelo de Andreu salió estos días en todas las televisiones fundiéndose en un abrazo con la ministra de Agricultura y Pesca, Elena Espinosa.

Entre los hombres de Hermindo los había marcados por la tragedia, como Luis Monteagudo, de 34 años, que perdió un hermano en un accidente de tráfico, la misma circunstancia en la que falleció una hija de Leopoldo Couto, el más de veterano, de 57 años. Y a pesar de todo, formaban un grupo alegre. Manuel Refojo Sousa, que el día de su entierro habría cumplido 52 años, era cliente asiduo de una discoteca de Vigo donde el día que supieron de su muerte le dedicaron un emotivo minuto de silencio. "Lo suyo era bailar", cuentan los amigos. "Y en tierra no era capaz ni de plantar una lechuga". De Juan Antonio Cordero Novas, de 29 años y vecino de Cangas do Morrazo, su hermana Eva también dice que era "muy festeiro". Pero no le gustaba el mar. Era cocinero y prefería los trabajos en tierra. Con O Bahía cumplía su primera campaña.

Esas 10 vidas se hundieron con un simple zarpazo del océano sobre las ocho de la tarde del día 2. Había mucho nordeste en las inmediaciones de las islas Sisargas, en la Costa de la Muerte, ya cerca de casa, pero no para considerarlo un temporal. Las rachas de viento no llegaban a 60 kilómetros por hora, y las olas eran de tres metros.

¿Qué pudo pasar?. "Se acucharó de popa", repiten muchos marineros con la aquiescencia de los técnicos. Es decir, una ola debió alcanzar de lleno la popa, la zona donde llevaba agrupado el aparejo de pesca, que obstaculizaba el desagüe. El barco, de 17,5 metros de eslora, dotado con todas las medidas de seguridad pero algo inestable por su modo de construcción, seguramente se escoró de forma repentina e irremediable.

"Si todo sucedió como se cree, debió de ser cuestión de segundos", apunta Fernando Novoa, jefe de los servicios de salvamento de la Xunta. Un helicóptero acudió a toda prisa a la llamada digital automática emitida por la radiobaliza. Puede que la señal tardase algún tiempo en ser recibida por el satélite móvil al que estaba conectado el pesquero, desde la que se rebota a Maspalomas (Gran Canaria) y de allí a Madrid y a Finisterre. Pero si fuese cierta la única hipótesis que se maneja, ni un rescate instantáneo los hubiese salvado.

Mucha gente del mar sospechó que los cinco marineros cuyos cadáveres se encontraron a primera hora del jueves no habían muerto ahogados. Lo habitual en esas circunstancias es que los cuerpos permanezcan más tiempo sumergidos. Pero las autopsias dictaminaron que perecieron por asfixia, lo que hace suponer que el barco los arrastró consigo hasta el fondo.

Los otros cinco tripulantes quedaron atrapados en el pecio, a 70 metros de profundidad. Los buzos han recuperado uno de los cadáveres y ayer localizaron otro. El drama sigue en carne viva para las cuatro familias que aún aguardan para dar sepultura a los suyos, instaladas desde hace nueve días en Corme (A Coruña), a 150 kilómetros de sus hogares, con el propósito de seguir al minuto las operaciones de rescate.

De ellos no se ha separado Manuel Castro, el único empleado de Hermindo que trabajaba en tierra. "He identificado demasiados cadáveres estos días", alega para excusarse ante el periodista. Aunque lo dice sereno y cordial, lleva clavada la tristeza en el fondo de la mirada. Castro fue marinero del O Bahía, pero también a él la salud lo recluyó en tierra. Hermindo lo reempleó entonces como redero. "Cuando acabe esto, tendré que ponerme a buscar trabajo", explica. "Mi empresa ha dejado de existir".

Dos familiares de marineros desaparecidos, el pasado martes, en el puerto de Corme (A Coruña).
Dos familiares de marineros desaparecidos, el pasado martes, en el puerto de Corme (A Coruña).EFE

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